miércoles, agosto 14, 2024

El estafador

Te estábamos esperando. Esto dicen las cartas de ti: vas cayendo, caerás todavía, cuanto más profunda sea tu caída más alto llegarás. Traidor. Cobarde. Asesino. Las órdenes de Dios son inexplicables.
El Topo, Alejandro Jodorowsky

Animado por el recuerdo de aquella carta que le publicaron en La Revista hacía más o menos quince años, probó a enviar ahora un texto sobre los doscientos años del fusilamiento de Agustín de Iturbide, acerca del cual La Revista —especializada en historia y literatura, con algunas pinceladas de arte y filosofía— no había publicado ninguna referencia. Los días transcurrieron sin que él recibiera respuesta alguna; de pronto ya habían pasado un mes y luego dos, también tres.
Hacía décadas que había decidido dedicarse a la enseñanza e investigación de las matemáticas aplicadas, animado por sucesivos malentendidos de orden psicológico, académico, científico y filosófico; había recorrido desde entonces todos los estamentos correspondientes a su especialidad, primero como estudiante hasta el grado más alto, luego como profesor hasta la categoría máxima, finalmente como director de tesis, jefe de proyectos y programas. Toda su vida, sin embargo, escribió en privado innumerables apuntes autobiográficos, poemas, cartas, artículos de opinión y cuentos, sin animarse nunca a publicar formalmente ninguno de ellos. Sus únicos productos conocidos eran artículos científicos especializados, libros técnicos plagados de ecuaciones y gráficas, algún breve artículo divulgativo.
En su niñez y adolescencia, hechas de pocas lecturas, escasos cuestionamientos y abundantes prejuicios, participó en numerosos concursos escolares que terminaron por convencerlo de su inteligencia y talento, aunque estas presuntas cualidades sólo sirvieran para superar las pruebas correspondientes a dichos eventos. Por ello, a sus veinte años, decidió enviar una selección de sus poemas a un concurso nacional del que no obtuvo ni siquiera un acuse de recibo. Por ello también, a sus veinticuatro, estuvo a punto de abandonar las matemáticas aplicadas para realizar una maestría en ciencias sociales para la que fue rechazado. Había en estas y otras acciones una patética necesidad de ser reconocido y alcanzar, aun por medios claramente cuestionables, un ridículo barniz de gloria. Aunque con una ingenuidad progresivamente reemplazada por una cada vez más dolorosa consciencia, estas vergonzosas motivaciones todavía pueden distinguirse a lo largo de los años posteriores dentro de la propia carrera científica y docente: persiste el deseo de ser mejor que otros en vez de dedicarse a crear una obra que hable por sí misma sin necesidad de tomar en cuenta a terceros. Recorridos todos los estancos de la trayectoria académica hasta donde lo permiten sus propios recursos técnicos, su circunstancia geográfica e institucional, el gusano que lo habita exige ahora carne fresca para continuar alimentando su ego: es por eso que él considera que el momento de echar mano de sus escritos privados ha llegado; es por eso, desde luego, que ha enviado a La Revista el texto sobre los doscientos años del fusilamiento de Agustín de Iturbide.
Con el conocimiento y la experiencia aderezados por un mínimo de capacidad autocrítica, llega inevitablemente el reconocimiento por parte suya del lugar que ocupa en la comunidad científica a la que pertenece. ¿Cuenta con los mismos elementos para juzgar su posición con respecto a la comunidad de escritores, de ensayistas, de intelectuales? ¿Sigue creyendo que las instituciones en torno a las cuales se agrupan estas comunidades son los únicos vehículos válidos para publicar y valorar su obra? ¿Haber visto por dentro el funcionamiento de las revistas científicas y las universidades no le ha bastado para comprender las limitaciones que ellas padecen en su presunta capacidad para juzgar la calidad de un trabajo? En los primeros años de su carrera era incapaz de ver las enormes deficiencias de sus artículos científicos: la mala calidad de las imágenes, la falta de uniformidad de las fuentes, los errores gramaticales y semánticos, por no hablar de la pobreza de sus propuestas. También hubo un tiempo en que, consciente ya de algunas de sus carencias, intentó escamotearlas como un estafador desesperado, apostando porque pasaran desapercibidas a ojos de los responsables de conferencias y revistas, aceptando ser incluido en los trabajos de otros con tal de anotarse otro tanto curricular. La suerte y el trabajo hicieron, sin embargo, que eventualmente cambiaran las tornas: aunque la originalidad de sus ideas siguiera siendo cuestionable, la cuidadosa redacción y calidad con que se presentaban le permitieron acceder a mejores revistas. ¿Se encuentra frente a La Revista en una situación parecida a la de sus primeros años científicos, es decir, incapaz de ver la mala calidad de sus escritos? ¿Es La Revista una institución cooptada por un pequeño grupo cerrado que sólo admite colaboraciones de sus recomendados, al que no se puede acceder exclusivamente por el mérito? En caso de poder publicar eventualmente en este u otro medio sus escritos hasta ahora privados, ¿terminaría por comprobar lo comprobado en su área profesional, es decir, que sin importar cuánto se ascienda por la escalera no alcanzaremos nunca ese lugar sin mancha al que aspiramos, acaso porque no existe más que en nuestra imaginación?
Él recuerda que Roberto Bolaño vivió mucho tiempo de trabajos mal pagados y participando en concursos literarios: durante muchos años de forma más o menos bohemia en Chile y México, durante muchos otros de forma más o menos familiar en Cataluña; conoció el éxito apenas al final de su corta vida y no vivió lo suficiente para ver su obra convertida en un fenómeno de culto. Quizá él deba también tocar puertas una y otra vez como el chileno, aunque no tenga su tesitura dionisíaca ni, desde luego, su talento. Él recuerda que Javier Marías se dedicaba a escribir sin prisas ni compromisos desde su juventud, pacientemente, cuidando en todo momento cada palabra de su obra y desentendiéndose lo más posible del resultado. Quizá él deba también dedicarse a corregir incansablemente lo escrito hasta ahora, desechando sin consideraciones lo que no satisfaga sus criterios, o intentar de una buena vez escribir una novela, aunque no tenga la educación ni la profundidad del madrileño. Él recuerda también que John Maxwell Coetzee, luego de hacer estudios de matemáticas, intentó hacer una carrera en el boyante mundo del cómputo británico de los años sesenta, pero renunció a todo ello para, luego de vagar por un desierto hecho de docencia, trabajos manuales y frustrada poesía, encontrar su camino en la novela, primero tímidamente, luego con más firmeza, hasta alcanzar el Premio Nobel de Literatura. Quizá él pueda también escribir sin dejar de ser profesor universitario, aunque su especialidad no sea la lengua inglesa ni casen sus presuntos intereses profesionales con sus también presuntas aspiraciones literarias.
A estas alturas ya se halla convencido de que no llegará más lejos en su así llamada especialidad: fue; intenta pues, en La Revista o donde sea, poner su vida a salvo de la —ya lo entenderá— inevitable intrascendencia que la acosa. ¿Será? Probablemente nunca lo veremos.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues cómo ve Doktor, ¿ya cuento como intelectual mexicano? Ja,ja
https://entresaberes.iteso.mx/como-ensenar-mejor-las-matematicas/

Anónimo dijo...

En efecto, se trata claramente del escrito de un intelectual mexicano: ¿cómo si no explicar la extraordinaria prudencia (¿autocensura?) con que se conduce, como si caminara al borde de un precipicio y temiera que cualquier palabra mal empleada, cualquier opinión controvertida, termine teniendo consecuencias? (¡el peor país para los periodistas! también lo escuché en un noticiero). Ergo, ha sido necesario explotar los estrechos márgenes de libertad combinando comentarios anodinos con insinuaciones polisémicas peligrosas... espero que R2D2 no esté ya cortando cabezas guiado por la inteligencia artificial en manos de los narco-aguacateros ni ocupando alguna oficina clave de la cuatrotera esquizofrenia...

Anónimo dijo...

Por cierto que el Señor Zedillo casi me hace llorar con su Papel de Rollo... ¡es excelente! https://letraslibres.com/ideas/palabras-en-la-sesion-inaugural-de-la-conferencia-anual-de-la-international-bar-association/15/09/2024/

Anónimo dijo...

El artículo original estaba peor escrito y tenía risas grabadas. Poco quedó después de la edición.