La fila
avanzaba lentamente sin que la sombra escasa de los árboles hiciera más
tolerable la espera aquella mañana de mayo en que se llevó a cabo la
entrevista. 'Extraño', pensé, 'que se haga este proceso en una escuela primaria
del sur de la ciudad, haciéndonos venir de todas partes de la república, trasladando
las pesadas cajas de expedientes desde las oficinas centrales hasta este
edificio de los años veintes que inaugurara el secretario Vasconcelos'. Algunos
entraban y salían de la fila pidiendo que les reservaran el espacio para ir a
comprar un refresco helado a la tienda de la esquina, otros arriesgaban la ropa
comiendo tacos de canasta rebosantes de salsa, algunos más formaban corrillos
cargados de risas que parecían no tomar en cuenta que los entrevistadores se
quedarían con sólo la cuarta parte de los solicitantes. Me sentí perturbado por
tanta familiaridad, tanto ambiente de fiesta. Yo no había hablado con nadie,
quizá era momento de ensayar con el de al lado, un tipo con cola de caballo
(hay que joderse) y rostro abotagado.
—Qué tal, ¿a
entrevista? —me sentí un idiota apenas preguntar. Él no tuvo piedad:
—¿Cómo? ¿no es
esta la fila de las tortillas? Por supuesto que vengo a entrevista.
—Quise
preguntar... en fin, ¿a dónde estás solicitando?
—No vengo a
solicitar nada.
—¿Entonces sí
vienes a las tortillas? —bromee dándole una palmadita en la espalda que él
censuró con una mirada fulminante.
—Mi nombre es
Aldo Saldaña —se presentó como tratando de atajar así su ira —y digo que no
vengo a solicitar nada, sino a entrevistarme con el guiñapo que me toque en
suerte para cantarle sus verdades. Esos hijos de puta no saben el mal que están
causando. Son unos imbéciles.
—¿Perdón? —mi
desconcierto era auténtico. Él sacó su caja de cigarros y me ofreció uno que
acepté distraídamente.
—Lo que está
oyendo, señor —dijo hablándome de usted mientras ahuecaba las manos para
proteger la débil flama de un cerillo. Yo insistí en tutearlo.
—¿Quieres
decir que no estás buscando una beca? Esta fila es para la entrevista. Se
supone que todos los que estamos aquí ya cumplimos los requisitos de ley, pero
por razones presupuestales se deja en manos de los expertos decidir quiénes van
y quiénes se quedan. Yo he solicitado...
Me interrumpió
el estertor profundo y sincopado de sus carcajadas. 'Un bipolar', pensé, 'un
fanático de esos que pasan sin transición de la furia inaplacable al entusiasmo
sin cortapisas'.
—¿Cumplir los
requisitos? Por favor, señor, no me haga perder el tiempo. Mire esta fila —dijo
tomándome de la espalda y empujándome para que ganara perspectiva— ¿de verdad
cree que esta fauna merece que el pueblo gaste sus recursos en ella? ¿cree que
los contribuyentes deben pagar las ambiciones personales de estos parásitos? ¿es
en el extranjero donde deben ser bendecidos para que vengan después a
gobernarnos? ¡Y una mierda!
Un par de
chicas de aspecto vulgar comían tortas de tamal embarrándose los dedos de
grasa, un hombre a todas luces casado hablaba de que se llevaría a su familia a
Estocolmo, otro más presumía conocer a un funcionario que lo puso al tanto de
los verdaderos procedimientos de selección: él ya estaba asegurado, todo esto
no era sino un trámite. Sentí náuseas. Había dormido mal en el autobús, llegado
muy temprano a la ciudad y comido en la Casa de los Azulejos: quizá me había
sentado mal el desayuno.
—Creo
entenderte, pero no veo qué tiene de malo ir a prepararse a un mejor país,
sobre todo si se hace para mejor servir al nuestro.
—¿Por qué me
insulta dándome ese "razonamiento" de pacotilla en el que ni siquiera
cree? Hay quienes sí se lo cuentan y se lo tragan, es cierto, pero Usted no
parece tan estúpido. Déjeme adivinar: está harto de este país, de la gente
vulgar que bien podría estar representada en esta fila; cree que debe irse pero
con riesgos controlados, por supuesto, que el exilio lo paguen ellos y no Usted
de su bolsillo, que le den las gracias por ser tan brillante como para no
merecerlo; habrá pensado largos años en la oportunidad que le daban las buenas
notas en la escuela para ponerse a salvo, porque de verdad lo cree, ¿no es
cierto? De verdad cree que el extranjero es la salvación, el sitio donde su
talento será valorado y donde no habrá que esforzarse por mantener la barbarie a
raya porque ya está domesticada desde hace siglos: Francia, Inglaterra, Estados
Unidos, Alemania, Japón, toda una vida soñando con irse a vivir con los
fuertes, ¿verdad? con los inteligentes, con los ganadores...
Pareció
entristecerse, la mirada en el vacío. Aprovechó para cubrir el tramo que lo
separaba de la fila que avanzaba por delante de él, sacar otro cigarrillo y
continuar:
—Malos
entendidos, ¿sabe? La historia personal, pero también la universal está hecha
de prejuicios, de ideas formadas sin justificación que luego cuesta un huevo
desechar. Ellos creen que son los mejores porque han vencido; sin guión
alternativo nos enseñan historia, nos venden sus productos, nos dan televisión.
¿Cuántas veces habrá sentido excitación ante la trama de una serie americana
donde los recursos y la inteligencia se combinaban para formar un mundo
estimulante? Maderas resistentes, edificios sólidos, leyes justas, iluminación
adecuada, prensa libre, gente pagada de sí misma capaz de atraer los mejores
talentos vengan de donde vengan y de resolver cualquier problema a fuerza de
ciencia y técnica, ¿no? Quiere que ese mundo lo reciba, lo integre, lo haga uno
de los suyos, que lo absuelva del pecado original de haber nacido en el lado
equivocado. Pues bien, sepa que ellos también están contando con Usted, es
decir, con la fe del mundo subdesarrollado en su superioridad; cuentan con que
nosotros mismos alimentemos la convicción de que seremos mejores en la medida
en que más nos parezcamos a ellos...
—¿Ah sí? ¿y
qué sugieres? ¿que les metamos un tiro a todos los gringos? ¿que nos encerremos
en nuestro país a resolver nuestros problemas? No seas ingenuo Saldaña, esto
sólo cambia lentamente...
—¿De modo que me ha tomado Usted por un radical descerebrado? ¿uno de esos
encapuchados modernos que culpan de todo al FMI o al banco mundial? No sea
estúpido —empezaba a cabrearme la facilidad con que este tipo me insultaba sin
siquiera haberme preguntado mi nombre —ni intente evadirse de sus responsabilidades
enmarcando su miserable caso en el de las presuntas conspiraciones
internacionales.
—Está bien —le
exigí otro cigarrillo con un ademán torpe de manos, seguí hablando mientras lo
encendía —entonces ¿cómo se supone que los países consiguen serlo, eh? ¿cómo se
supone que se gane el respeto y la independencia, ya no digo política, sino
también la intelectual? Pareces un psicoanalista de naciones, pero ya otros han
hecho ensayos para curarnos de complejos ¿sabes? Por eso algunos nos vamos,
porque ya no nos creemos el mito de que no lo merecemos, porque el extranjero
no nos inhibe ni amedrenta...
—Muertos. Los
países de verdad se hacen con muertos. Usted cree que Europa y los Estados
Unidos son buenos, ¿verdad? O supongamos que no lo cree, pero puesto a elegir,
se alinea con ellos, ¿no? Derechos humanos democracia, etcétera, siempre mejor
que dictaduras y genocidios. No siempre fue así, es verdad, ahí tiene el
holocausto y la infinidad de guerras intestinas que asolaron Europa hasta el
ictus de la segunda guerra, pero ya pasó, ¿no? Quizá no tenían la razón, pero
ahora la tienen y debemos concedérsela. ¿Por qué entonces no muestran ningún
interés en nosotros que los adoramos y no les hemos causado ningún conflicto?
¿Por qué se preocuparon por la reconstrucción de sus peores enemigos hasta el
punto de hacerlos nuevamente potencias como Alemania o Japón? Yo le voy a decir
por qué: porque no se premia la pusilanimidad, señor, ni siquiera cuando se
disfraza de pacifismo. Lo que hace ganar el respeto es la guerra, la capacidad
de ser un enemigo de verdad, no una rémora, no un meteco. Merecen
reconstrucción la cultura francesa, la alemana, los que consiguieron,
equivocados o no, consistencia, una forma de abordar la vida que no depende de
terceros... ¿Y Usted me habla de que va para allá sin complejos, sin
amedrentarse? Como si los ciudadanos de aquellos países tuvieran interés en su
patética necesidad de probar algo...
Llegamos a la
puerta. Un par de guardias examinaban nuestras mochilas, nos pasaban las manos
por el cuerpo. Sentí un nerviosismo inexplicable, no por las palabras de
Saldaña, sino por la repentina conciencia de que aun no sabía qué pensaba hacer
este individuo alterado y feroz cuando le tocara la entrevista. Luego de la
puerta, lo alcancé al cruzar el patio que nos separaba del edificio; le tomé
por un brazo, muy serio:
—¿Qué vas a
hacer ahora Saldaña?
—Déjeme. Mejor
que no lo vean hablando conmigo.
—Oye, por
favor, reflexiona, no vayas a...
—¿Usted me va
a prevenir contra locuras? Vaya a hacer su doctorado, señor, vaya a las costas
de New Hampshire, a Oxford, a la Bretaña francesa por cuenta del erario; pasee
por parques domesticados, compre la buena conciencia de saberse en el centro
del mundo y convenientemente alejado del mismo...
Me metí al
baño a mojarme la cara, luego me encerré donde uno de los retretes para
serenarme. 'Qué tipo más agresivo', pensé, 'no quiero ni imaginar qué estará
pasando ahora, qué locura. Tiene razón en tantas cosas, ¿cómo he podido
engañarme de esta forma? Quizá debería dar media vuelta y largarme para no cargar
con el peso moral de haber utilizado al país para sacar adelante mi agenda
personal. ¿Cuáles son de verdad mis motivaciones? ¿No se trata esto simplemente
de probar algo a alguien, una trasposición psicológica completamente vulgar?
Por supuesto que lo es: paliar deficiencias afectivas con éxitos profesionales,
mantener la aprobación de mamá y llamar la atención de papá que nos abandonó.
Simple. Y sin embargo, ¿no debería ser adulto al respecto? Debería entender que
no es por medio de sustituciones como se resuelven estos problemas, pero tampoco
me sentiré bien abandonando. Debo seguir. Debo hacerlo y luego ya habrá tiempo
para averiguaciones. Siempre queda más, este tipo no tiene la última palabra.
¿Estoy llorando? Marica'.
Esperé sentado
media hora; entonces salí. Todo parecía normal. Al entrar al salón donde me
esperaba el evaluador, Saldaña extendía una mano hacia el mismo, se despedía. Al
cruzar conmigo hacia la salida, me susurró, emocionado:
—Me la dieron.
10 comentarios:
¡No te burles de los estudiantes de posgrado!
¿Por qué? ¿ellos tomaron una decisión terrible?
http://www.youtube.com/watch?v=q4nqARyPv9g
Pero Vuesa Merced, ¿por quién me ha tomado? Ah, claro... :(
No finja Herr Doktor, es el himo de la maestría que Vuesa Merced encabeza.
Pues mira, recibo invitaciones constantes de la Editorial Manuzzio que, como era de esperarse, es legión:
"Estimado Investigador:
Recibe un cordial saludo en nombre de la Revista Iberoamericana de Ciencias (ReIbCi). El motivo del presente mail es con el fin de invitarlo a enviarnos sus artículos en español, en cualquier área de la ciencia.
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Con el fin de apoyar a los académicos de las universidades públicas, en el ejemplar del mes de Julio de 2014, le ofrecemos el 30% de descuento, por lo que la cuota de apoyo será de 70 dlls.
Para más información visite nuestra página web www.reibci.org"
Jajajaja entonces queda mejor este fondo musical:
https://www.youtube.com/watch?v=2mVZvFZSCy4
Sencillamente fantástico... este sí va para Himno de Doctorado.
Para más dramas y comedias, el Dr Zatarain fue mi maestro en la escuelita
http://www.cronicajalisco.com/notas/2014/15160.html
y dices que ser investigador en este país no paga, jajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajajaja
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