sábado, diciembre 09, 2017

La noche que no cesa

Debí decirle, ahora medito, que hiciera un esfuerzo por remontarse a los días en que nos conocimos y nos esperábamos unas veces yo a ella, otras ella a mí bajo el portal de esa calle que se divide en dos frente a un parque, días de intensos aguaceros cuyas gotas nos retirábamos uno a otro de las mejillas bajo aquel provisional techo y que, tras largo trayecto, terminaban en una cama detrás de cristales cubiertos de vapor, una cena frugal, televisión o radio y luego un agotado cuanto satisfecho silencio sólo interrumpido por el suave croar de las ranas en los charcos del patio, el aire que acariciaba las ramas de los árboles de alrededor, las tuberías con sus quejidos guturales de oquedad y corriente; debí recordar yo primero con sólo una breve pausa, un tomar aire reconcentrado en medio de cualquier discusión amarga de los aciagos días finales y, con los ojos cerrados, trasladarme hasta los diversos domicilios que habíamos compartido, sus cosas acomodadas en cajones y closets cuya contemplación y olor me producían tranquilidad y compañía en su ausencia, abrir luego los ojos y tomarla de las manos, pedirle, suplicarle cuando aún era posible tal cosa, cuando aún me veía que me acompañara a esos sitios y a esos sentimientos por ella también visitados y olidos, en algún lugar de su memoria habitarían, en algún sitio de su pasado que también era el mío; debí guiarla con mano firme para que no se perdiera en el desalmado presente y tratara de ver más allá de las canas y arrugas, las bolsas bajo los ojos, más allá de este cuerpo mío abombado y del pelo que nunca tuve y ahora empieza a invadir mi espalda, que consiguiera quitarme la ropa ahora menos jovial que entonces y se trasladara conmigo hasta esa playa a la que llegamos bajando de un camión y en la que visitamos la cama varias veces en medio de una canícula horrorosa, empapados, reuniendo el cambio exacto para asegurar la comida que podíamos comprar, nuestras risas por el motivo que fuera, tendría que acordarse y comprobar junto conmigo que aún eramos nosotros, su memoria no sería tan flaca, las niñas no podrían haberla alejado de mí a tal punto que no pudiera hacer el camino de regreso hasta aquel muchacho ambicioso que se creía tan tempranamente decepcionado del mundo y al que aún le aguardaban muchos reveses, ella tendría que reconocerme en algún momento del mismo modo en que yo podía pasar por debajo de su ahora costosa ropa y de sus muchísimos pares de zapatos, de su afición por los coches nuevos y su reloj más sofisticado, para terminar posando la mirada en la chica del reloj de plástico con calculadora que me espera bajo el portal mientras arrecia el aguacero cuyos arroyos y charcos brinco con ligereza y escasa habilidad, para luego alcanzarla, envolverla en mis brazos, oler su perfume barato y llenarme de felicidad con su cabello revuelto contra mi cara, 'mira nada más cómo traes el portafolio', dirá, y entonces sacará de su morral una toalla pequeña y la pasará contra la superficie más empapada mientras yo le repito que no es nada y la beso sin prestar atención a los transeúntes que se han refugiado como nosotros bajo aquel portal y miran de reojo, el más viejo dicéndose 'ya está, mirad, otro par que tiene visos de quererse arruinar la vida, hoy amor y mañana rutina, hoy el tiempo que se detiene porque uno se sustrae a él y cuando vuelve a su flujo lo encuentra insuficiente, mañana el tiempo detenido de lo que resulta indistinguible un día sí y otro también, la incomprensión y el alejamiento, el desengaño de no conocerse, no haberse conocido luego de tantos años; disfrutad jóvenes inconscientes, esperanzados, valientes suicidas, disfrutad mientras nosotros pagamos las cuentas: el obrero que tengo a mi lado y la enfermera de más allá, la mujer que ha debido aguantar a un jefe idiota durante diez horas seguidas con las medias negras corridas y esta maestra que lleva medicinas a su madre enferma, no pasará mucho tiempo antes de que ésta muera; ya veréis por vosotros mismos el misterio, ya conoceréis el dolor y la pena, ay, cuánta pena... cuánta pena', y habremos salido de su campo visual brincando al estribo del autobús que nos llevará de nuevo hasta la casa de la calle empedrada, esta noche inician las fiestas en el pueblo y saldremos a cenar a la plaza, hemos reunido algún dinero, esta noche nos despertará un ratón pequeño, habrá que comprar alguna trampa, 'duérmete, venga', me dirá la chica dejando su reloj de plástico con calculadora en la mesita de noche, 'cierra ese libro, seguirá ahí mañana'; debe recordar que yo soy ese que ahora le da un apasionado beso y se abraza a ella frente al ventanal, no puede ser que siga gritando iracunda atronando la sala, que aparte mis brazos cuando intento rodearla con los míos y no sea capaz de verme ni acompañarme, que hable de abogados y de su hermano mayor y de la custodia de las niñas, hace años que no escucho las ranas croar por la noche, hace años que ningún viento sacude ningún árbol, ¿qué ciudad de arena es esta donde ella me cierra la puerta y cuyas calles debo recorrer arrastrando polvo y mierda? Autos de vidrios obscuros pasan a mi lado con lentitud, grupos de hombres sin rostro se suceden uno tras otro mientras camino hasta otra puerta. 
Señor, ¿qué lo trae por aquí?
Vengo a pasar la noche.
Y la noche no cesa.

1 comentario:

نقل اثاث dijo...
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