domingo, mayo 06, 2018

Actualidad

Conforme pasan los días obligándome a aceptar que, aunque ya no a la isla, él se ha marchado de Santa Teresa hacia otro punto de este inmenso desierto miserable, privándome, si no de su conversación que de todas maneras no tenía por comprender ambos que era inútil tenerla, sí de la certeza de saberlo en casa de sus padres, en el otro extremo de la ciudad, recuperándose de su reciente crisis nerviosa, permito que la actualidad se filtre en los entrecijos que dejan las horas transcurridas en el despacho frente al ordenador, también por entre los minutos que paso distraído sobre la bicicleta estática, ese maravilloso invento filosófico, con un cuadro caído a las espaldas y otro aún colgado sobre la pared de enfrente, pedaleando las más de las veces, pero también en los momentos del atardecer en que riego las plantas del jardín, luego de dar el pienso a las perras, mirando fijamente el agua terrosa que baja de la sierra y hierve en el valle, la misma que usamos para cocer alimentos envenenados y ducharnos luego como si pudiera refrescarnos esa agua tibia y putrefacta; a veces lo hace, la actualidad, en forma de radio que se escucha en la distancia dando cuenta de crímenes y fiestas, las únicas noticias que cuentan para los habitantes de Santa Teresa, a veces en forma de periódicos o páginas en el ordenador cuyos titulares no tengo más remedio que leer, tal es el lamentable estado de mi concentración que, tras su partida, pero también tras la de mi mujer a quien quizá convenga referirme ya de otra manera, no tiene ya la solidez que me asistiera en otros años para prevenirme contra la vulgaridad y aislarme en mis ciencias y artes en busca de asideros menos caducos, foráneo como sigue siendo para mí el principal empeño de los habitantes de esta ciudad, pero también de este país, por reducirse a la condición de insaciables cerdos a los que basta bebida y comida ilimitada para alcanzar la mayor felicidad, siempre me resultaron repugnantes su ignorancia e inconsistencia, su carácter autocomplaciente e hipócrita, los padres de quien se ha marchado, pero ya no a la isla, perfectos ejemplos de cuanto queda dicho, seres envilecidos que hicieron cuanto estuvo en su mano para conseguir que quien se ha marchado, pero ya no a la isla, siguiera su ejemplo y se sometiera a la cretinización que le estaba reservada, sería ciudadano a carta cabal de esta democracia de monos en que habitamos y que en estos días reclama su renovación en medio de un ruidoso vocinglero, sería un hombre estólido y responsable que, como su padre, hojearía el periódico local todos los domingos para comentar los atroces asesinatos de quienes invariablemente algo malo habrán debido hacer para terminar así, reconfortado por una esposa como su madre, católica e idiota, que hojearía el mismo periódico para comentar la boda o los quince años o la primera comunión de otros individuos indistinguibles de ella, degeneraría en sus hijos a quienes intentaría causarles el mismo daño que a él le causaron para que a su vez lo transmitan ellos, sæcula sæculorum, asegurándose de renovar la plaga que ha de liquidar este país y esta ciudad, tal es la actualidad que llega a mis sentidos por no hallarse mi concentración en el mejor de los estados; ya cuando él aceptó su realidad y, por intercesión mía, marchó a la isla escapando a la extinción que sus padres deseaban operar en su espíritu, tuve que resignarme como correspondía a mi madurez y estatura a que su conversación fuese reemplazada por la epístola, ya en su momento y a petición de sus padres hube de concentrarme en traerlo de vuelta a Santa Teresa por hallarse afectado de una severa crisis nerviosa, entonces, ya aquí, pude pensarlo abstraídamente aunque no hablara con él ni le escribiera ni él a su vez me hablara ni escribiera, convencidos como estábamos ambos tanto del máximo provecho que supondría hacerlo como de su absoluta inutilidad cuando ya todo está dicho, pero ahora que se ha marchado de Santa Teresa, pero ya no a la isla, recuperado de su crisis nerviosa según pude observar en la despedida, mi mente no puede descansar en hablarle ni escribirle, no está ya en el otro extremo de la ciudad para pensarle y, aunque no se halle perdido como mi mujer a quien quizá convenga ya llamar de otra manera, no me acompaña ya, ni siquiera con la mente, para prevenirme contra la invasión de la actualidad, la de la ciudad y la del país, la memoria de nuestras conversaciones cada vez más interrumpida por una población cuya juventud y entusiasmo y estupidez me excluyen, y yo he cedido, acomodándome paulatina e inexorablemente a la condición de paria cuyo tiempo ha pasado ya, lo que sea que tenga que decir no cuenta ya para ninguno de ellos, mis compatriotas, que advierten con meridiana claridad que soy un cuerpo extraño que no podrá sobrevivir a ellos, incapaz de mantener el paso de la tribu en las nuevas salas de cine certificadas contra contenidos no inocuos y los procesadores de basura que dirigen la nueva gastronomía, fumo frente a mi jardín porque no puedo hacerlo ya en los bares, echando de menos a quien se ha marchado de Santa Teresa, pero ya no a la isla, para no volver y sucumbir con toda seguridad a este desierto siniestro donde quedará eventualmente incomunicado y enmudecido, solo, fumando frente a su propio trozo de tierra. 

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