domingo, septiembre 16, 2018

El proscrito

Cuando hube terminado mis estudios en la universidad privada poseído de sentimientos completamente opuestos a la satisfacción, con Gustavo encerrado en la clínica de adicciones de la que volvería convertido en un individuo socialmente útil y por lo tanto desprovisto del más mínimo interés para mí, decidí intempestivamente en el transcurso de una mañana de lluvia en las oficinas en las que era explotado desde medio año antes del término de mis estudios, continuar éstos en el centro de investigación público donde, pensaba, cesarían por fin la amenaza ideológica y la coerción económica en las que había vivido inmerso durante los últimos siete años dentro de la universidad privada, a este centro concurrieron entonces individuos venidos de otras partes del país entre los que se encontraba Práctico, un alcohólico originario de Santa Teresa que dominaba como ninguno el arte de la ambigüedad y que, como Flautista y Violinista, también originarios de aquella provinicia de la que yo por primera vez tenía noticia, presumía tener la franqueza por norma de vida e irremediable costumbre de aquella región, en contraste, decía, con las consabidas hipocresía y superstición predominantes en el centro del país, una declaración que encontré seductora tanto por la reciente experiencia de siete años en la universidad privada a la que no sobrevivía ninguna amistad como por el inconsciente mandato de mi madre que, en una variedad de formas que iban desde lo sutil hasta lo brutal, ordenaba hacer amigos aún a costa de mi naturaleza que no sólo no los deseaba sino que los aborrecía, así con el encierro de Gustavo volvía a estar solo mientras transcurrían los últimos meses de estancia en casa de mi madre y el ingreso al centro de investigación me hallaba desprevenido contra una amistad que se declaraba sincera y a la que podía cultivarse sin más esfuerzos que el de beber alcohol o visitar cantinas, las conversaciones hechas de anécdotas y lugares comunes nunca antes fueron tan primitivas como en esos tiempos en que fingí dar crédito a la teoría del buen salvaje, como si el rebajamiento general fuera sencillez y no estuviese yo degradándome de manera escandalosa para paliar la ausencia de Gustavo, una estúpida idea bucólica que ni siquiera era nueva por cuanto ya en el pasado había fingido en breves episodios estar satisfecho con lo popular como sinónimo de lo verdadero, entonces por enamoramiento que es al fin y al cabo una suspensión de la razón, ahora por una abyección gratuita gracias a la cual ya me enseñarían Flautista y Violinista, pero sobre todo Práctico, cuán avanzados estaban en el camino de hacerse adultos de la sociedad que los engendró, no les restaba más que comprar mujeres a las que hacer sus esposas para reproducirse, volver a Santa Teresa como héroes y ser coronados dueños de los medios de producción por sus mentores y padres políticos, mientras tanto vegetaban en el centro de investigación construyendo intereses a los que, en mi debilidad cognitiva, en mi educación sentimental, en mi historia plagada de malentendidos, yo denominaba amistades, aunque en el fondo supiera y comprobara en las décadas por venir hasta qué punto Flautista y Violinista, pero sobre todo Práctico, eran parásitos de la sociedad que los crió y que, como tales, cobrarían muy caros a ella los servicios de representarla, cerdos insaciables programados para ganar a toda costa, humildes animales que exigían el reconocimiento de sus buenas intenciones a públicos cautivos, inteligencias económicas jamás atormentadas por un solo para qué que resistiera otra cerveza o más carne grasienta y quemada, por toda literatura la biblia y el periódico local plagado de atrocidades horriblemente redactadas, el cielo reflejo del infierno de abajo al que así me acercaba en la primera mitad de los años transcurridos en el centro de investigación al que llegaron desde provincias lejanas quienes se declararon sinceros y a quienes me acerqué en mi obnubilación para mejor cumplir los dictados de mi madre, un retroceso del que quizá me habría salvado que Gustavo no hubiera ingresado en la clínica de adicciones ni hubiera vuelto de ella enajenado y útil para la sociedad, pero acaso no había forma de que él o yo pudiésemos seguir cultivando el espíritu despreocupado con que rechazamos a la universidad privada, tanto por desaparecer ésta de mi vida como por la inexorable disolución de nuestras respectivas familias que al no poder ya sufragarnos exigían nuestra incorporación al mundo productivo o nuestra muerte, así Gustavo eligió la vida al ingresar a la clínica de adicciones y extinguió para siempre su espíritu, hoy es un hombre tanto o más productivo que Práctico que a diferencia de éste no se ve asaltado por un complejo de inferioridad que nunca conoció ni se ve compungido a recordar unos humildes orígenes que no tuvo para que le sean disculpadas y aún tenidas por admirables su ambición desmedida y su arbitrariedad, así al elegir yo adoptar el punto de vista del espíritu y obligarlo a la irreconciliable convivencia con el mundo adulto al que los hombres de Santa Teresa se dirigían, destruí aquel sin ser admitido en éste y hube muerto no como hubiera sido justo de haber continuado Gustavo y yo el rechazo al envilecimiento que nos esperaba, sino como miembro de una sociedad que al no encontrarme dispuesto a la absorción inaplazable que correspondía a mi edad y circunstancia, me apartó para siempre condenándome a la errancia y el destierro.