domingo, mayo 23, 2021

Instrucciones para morir

Como en otras ocasiones —aunque no demasiadas porque casi siempre su madre se ocupaba de ello— acepté hacerme cargo de la casa del doctor durante el par de semanas en que se ausentaría. Él viajaría junto con su madre hasta esa lejana ciudad del sur de donde vinieron y hacia la que expresaban opiniones contradictorias: favorables cuando alguien se expresaba mejor de la propia, negativas si oían quejas sobre cualquier otra. Yo, como empleado que era del doctor, estaba acostumbrado a lidiar con ese irritante hábito de llevar la razón a fuerza de contradecirme, una costumbre claramente heredada de su madre a la que él apenas soportaba de tanto que se le parecía, de modo que lo interrumpía más bien poco cuando daba instrucciones o explicaba asuntos. 'A primera hora por la mañana hay que dar a las perras el pienso; dentro del saco donde lo guardo hay una escudilla: esa es la medida. Debe llenarla y distribuir sus contenidos en los platos de cada una: el grande es para la perra pequeña, el pequeño para la grande. Cubra el plato grande hasta que no queden huecos, pero no acumule más pienso encima; el resto es para la grande y va en el plato pequeño. El jardín interior tiene cuatro macetas, un árbol y dos arbustos (uno por tierra de flores amarillas, otro al que llaman lengua de suegra). Antes de que anochezca hay que salir al patio, tomar la cubeta de donde beben las perras y verter el agua: un día en las cuatro macetas, otro sobre los arbustos (que están juntos); enseguida hay que llenar de nuevo la cubeta y volver a colocarla donde estaba para que las perras beban agua fresca. Los fines de semana hay que abrir durante media hora el grifo rojo inferior que está detrás de la lavadora: éste alimenta el extremo poniente del jardín exterior; el oriental hay que regarlo sacando la manguera verde que está dentro del registro del agua y abriendo el grifo correspondiente. Cuando la media hora haya transcurrido se cierran el grifo del registro y el rojo inferior del patio. Hay que asegurarse de que no corra más agua y guardar la manguera verde en su sitio. También una vez por semana, pero sólo por seis o siete minutos, hay que abrir el grifo rojo superior que está detrás de la lavadora: éste alimenta el jardín interior normalmente regado con el agua sobrante de las perras, pero necesitado de un refuerzo dirigido al árbol. En todos estos vaivenes debe asegurarse de llevar consigo la llave del patio, pues de lo contrario podría quedarse encerrado y verse obligado a llamar a mi ex-mujer: ella tiene llave del frente, pero puede estar ocupada en el trabajo y no poder atenderte hasta transcurridas varias horas. Además, como es lógico, preferiría no molestarla en absoluto. Las cortinas y persianas deben permanecer cerradas de noche para que no pueda verse al interior: no me gusta que los vecinos se enteren de mi vida y menos de que usted está aquí en sustitución mía. La casa es caliente y, en esta época del año, insoportable: puede usar todos los aires acondicionados excepto el de la biblioteca, pues el cambio de temperatura deforma la madera de las baldas y el papel de los libros. El aire acondicionado de la sala sólo funciona bien si la temperatura exterior es muy cálida, si la velocidad del aire se fija en moderada y si el ángulo de las laminillas se escoge lo más abierto posible; de lo contrario, el agua que expulsa se congela, deja de enfriar y se le oye crujir como si fuera a partirse en dos. Por supuesto hace semanas que ya apagué el calentador del agua, pero si ésta le parece fría para bañarse puede encender aquél. El refrigerador y las alacenas están surtidos: puede comer lo que guste. No reciba a nadie'. 
Me atreví a preguntar por la casa de su madre. ¿Querría que le echara un ojo también? ¿Alguien más la cuidaría? Luego de tantos años de vivir en Santa Teresa ni ella ni él tenían amistades ya no digo sentimentalmente significativas, sino siquiera conocidos que pudieran echarles una mano en pequeñas tareas como esta. Él se apoyaba en empleados que alguna vez dejaríamos de serlo. Cuando así fuera no nos tendría más confianza que a su ex-mujer a la que ya no sabía ni siquiera tratar sin sentir embarazo o nerviosismo. En mi opinión era cuestión de tiempo para que él y su madre quedaran completamente solos e inmóviles, atrincherados en sus respectivas casas de las que ya no podrían salir sin sentir la zozobra de que les hicieran una visita los abundantes ladrones y asesinos de Santa Teresa. Una muerte en vida. 'A eso iba, por supuesto, ¿de verdad cree que podía olvidarme de ese detalle? Haremos como de costumbre: la perra de mi madre se quedará dentro de casa (la mía, no la de ella, para que no tenga usted que desplazarse), ya sabe que ese animal vive en el interior, no en el patio como los míos. Ahí dentro habrá que darle de comer y beber, permitiéndole salir al patio varias veces al día para que haga sus necesidades. Es importante pasar un tiempo con las perras porque la presencia humana las ayuda a comer y a animarse. La perra de mi madre puede pasar una hora afuera, especialmente durante la mañana, para tomar el sol. No se lleva mal con mis perras, pero hay que estar al pendiente en caso de que se desconozcan, no vaya a ser que eso acabe en tragedia, ya alguna vez hace muchos años la introducción de un tercer perro en medio de un par que llevaba años conviviendo produjo una inesperada y horrorosa muerte, no quiero que eso se repita, ¿entendido?'. Asentí, pero enseguida levanté una mano como pidiendo permiso para hablar. 'Al final no me ha dicho nada de la casa de su madre', dije arrepintiéndome de inmediato por lo que seguramente sería un pretexto para sermonearme. El doctor no me defraudó: 'No sea impertinente. Le estoy diciendo que a eso voy. Tenga paciencia. Todo lo que estoy comentándole es indispensable y lleva un orden preciso. Son instrucciones que debe interiorizar perfectamente, haga de cuenta que va a suplantarme en algunos aspectos de mi rutina, los más exteriores y visibles, desde luego no en los profesionales y menos en los espirituales donde soy por supuesto insustituible. Como en otras ocasiones le animo a imitarme en la alimentación y el ejercicio, por ejemplo, a lo mejor para eso no necesita cualidades intelectuales, sino sólo morales, ¿tiene esas cualidades? Lo dudo: las pocas veces que ha venido he encontrado a mi vuelta el cesto de basura lleno de envolturas de comida rápida y los aparatos de ejercicio cubiertos de polvo. En fin, allá usted, quizá no le siente mal empezar a hacerse cargo de su persona. Pero vuelvo al punto: dejaré también un juego de llaves de la casa de mi madre para que vaya al menos una vez al día a comprobar que todo esté en orden. No hay mucho qué robar, ni allá ni aquí, pero lamentaría que se perdieran las cosas que para mí tienen un gran valor sentimental. ¿Sabe lo que es un valor sentimental?'
El día en que se fueron me instalé en la biblioteca del doctor con mi computadora, encendí el aire acondicionado y pasé largas horas absorto en videojuegos. La perra de su madre me vigilaba de forma inquietante haciendo extraños gemidos cada cierto tiempo, pero la ignoré largamente hasta que la saqué al patio. No parecía que sus gemidos tuvieran por causa necesidades fisiológicas. Seguí jugando por la tarde. Al anochecer recibí confirmación de que el doctor y su madre habían llegado a su destino, pero ya entonces creí percibir algo perturbador en sus palabras, acaso su brevedad poco común, casi enigmática, tal vez el empleo de una expresión desusada y, si se me apura, ilógica: 'En casa, fuera del tiempo. ¡Salud!'. Dormí mal esa primera noche, 'algo completamente normal', me dije, 'cuando uno se ve obligado a salir de lo acostumbrado'. Fui por la mañana a casa de la madre y encontré todo demasiado en orden. Me asustó el silencio dentro y fuera de sus paredes, como si los vecinos hubieran huido también. En la planta alta una vela aromática hacía que todo oliera vagamente a vainilla. El doctor había olvidado darme instrucciones para que regara las plantas de su madre, pero así lo hice de todos modos. El resto del día lo pasé en la casa del doctor pidiendo comida a domicilio y jugando videojuegos. No me interesaban los cientos de películas que guardaba en incomprensibles baúles ni las decenas de discos que podía escuchar en su reproductor, menos aún los libros de la biblioteca, muchos de los cuales ni siquiera habían sido sacados de su envoltura plástica. 'Menudo payaso', me permití pensar cuando reparé en ello. Me extrañó que el día transcurriera sin más mensajes porque tanto él como ella eran lo suficientemente obsesivos como para permanecer tranquilamente a mil kilómetros de distancia de sus respectivas casas sin informarse, aunque sólo fuera sucintamente, del estado de cosas o posibles novedades que hubieran ocurrido. Me alcé de hombros. 'Ya se comunicarán', pensé. 
Pero no lo hicieron al día siguiente ni al otro ni al otro. Yo empezaba a hartarme de la rutina cuando al quinto día alguien llamó a la puerta. Era la ex-mujer, con cara de asustada y cierto desaliño indumentario. Cuando le pregunté en qué podía ayudarla, limpiándome la grasa que me habían dejado las rebanadas de pizza en los bigotes, ella respondió con otra pregunta: '¿está todo bien?'. Me desconcertó que me preguntara eso y así tardé unos segundos en responder, asintiendo con la cabeza pero sin poder pronunciar las palabras que finalmente solté: 'sí, sí, todo bien, todo normal'. Pero en cuanto respondí esto pensé para mis adentros que las cosas no estaban bien y que en realidad distaban mucho de ser normales. Me poseyó una necesidad inmensa de decírselo y corregir así mis tranquilizadoras palabras anteriores, una compulsión contra la que al mismo tiempo luchaba advirtiéndome que decir cualquier cosa podría inquietar a la ex-esposa y causarle indirectamente un gran disgusto al doctor, que probablemente se vería obligado a lidiar con ella por haber sido contactado con este pretexto, todo por mi causa, por mi paranoia injustificable y precipitada. Ella me interrumpió antes de que me decidiera a cambiar mi respuesta: 'La manutención de las niñas debió depositarse hace cinco días y no puedo contactarlo. Hazme el favor de decirle que no estoy para bromas. Él conoce sus obligaciones y no quiero volver a verlo en los tribunales. Adviértele por favor, que no estoy nada contenta de que se esconda. A ti te escuchará, por lo menos sentirá vergüenza frente a ti, él que siempre se las da de recto y moral frente a todo mundo. Díselo. Yo tengo que irme ahora, pero volveré mañana y entraré a cobrarme por la mala si él no dice nada, ¿de acuerdo?'. No esperó a que le contestara. Subió a su camioneta tan furiosa como si hubiera hablado directamente con su ex-marido y todavía desde las ventanillas traseras vi a las niñas decirme adiós con la mano. Era urgente contactar al doctor.
Esa tarde llamé un par de veces a su número y otro par al de la madre. En ambos daba tono como si estuvieran sonando, pero nadie los cogía. Por la noche lo mismo. En la madrugada me sobresaltó el timbrazo del teléfono fijo y me golpeé con algún mueble antes de ubicarlo y cogerlo. '¿Diga?', pregunté sin entender bien a bien qué estaba pasando. Hacía un calor horrendo y comprobé palpándome el pecho que estaba empapado en sudor: el aire acondicionado estaba apagado. '¿Diga?', repetí mecánicamente para recordar entonces que ni el doctor ni su madre se habían comunicado desde hace casi seis días. Entonces desperté del todo y agucé el oído: '¿Doctor? ¿señora? ¿sí? ¡diga!'. Pero nadie respondía, sólo se oía la estática como un monótono crepitar interminable. Percibí entonces una respiración del otro lado de la línea, forzada, casi muda. Claro que me escuchaban, pero quienquiera que fuera había decidido no hablar. 'Hable por favor', insistí ya sin mucho ánimo, tratando de calmarme. Aunque habituado a la obscuridad, quise encender la luz, pero no había energía. Comprendí entonces por qué el aire acondicionado estaba apagado. Me parecía que todo lo deducía demasiado lento e imaginé al doctor llamándome obnubilado por ello, una de sus palabras favoritas. Colgué. Tardé casi una hora en conciliar el sueño, temiendo que volvieran a llamar, pero no lo hicieron. Por la mañana comprendí que era urgente ponerme en contacto con el doctor o con su madre, pero no tenía más a la mano que sus números de móvil. A diferencia de ayer, los teléfonos ya no sonaban: mandaban directamente a buzón, como si estuvieran apagados. ¿Qué estaría pasando? ¿Y qué le diría a la ex-mujer por la tarde cuando volviera?
La ex-esposa no volvió. Empecé a revisar noticias en el Internet para ver si me enteraba de algo, pero no tuve suerte. Volví a dormir mal, a pesar de que los aires acondicionados funcionaron correctamente y de que nadie interrumpió mi sueño con llamadas telefónicas. Soñé que me hallaba en casa de mi madre, donde vivía con mis hermanos. Celebrábamos la fiesta de cumpleaños de una hermana que no tengo. Cuando cortaban el pastel se escuchaba un chillido, como si el pan se quejara de ello. Volvían a insertar el filo y vuelta a escuchar el horrible lamento. Mis hermanos y mi madre nos mirábamos sin entender. La hermana que no tengo no dejaba de sonreír como si nada ocurriera. Cuando separaron la primera rebanada el chillido del pastel fue escandaloso y me desperté. La perra de la madre aullaba en un rincón como si la torturaran y encendí la luz de la mesita de noche, horrorizado: el animal estaba soñando moviendo las patas traseras como si convulsionara. Lo desperté y aproveché para sacarlo al patio, pensando que el susto no tardaría en reflejarse en sus esfínteres. Cuando abrí el patio y encendí la luz las otras dos perras se hallaban pegadas a la pared del fondo, despiertas, como esfinges que miraban hacia la puerta. Un escalofrío me recorrió el cuerpo a pesar de que el calor de la noche, afuera, era tan insoportable como el de cualquier otro verano en Santa Teresa. No entendía nada, pero ya estaba seguro de que algo estaba ocurriendo, de que estaba recibiendo señales aunque no supiera leerlas. No soy supersticioso, pero acaso por creer en dios el doctor habría juzgado mi actitud como igualmente injustificable y primitiva. No tendría que esperar demasiado para saber de qué se trataba.
Al día siguiente, luego de desayunar y de intentar en vano que cogieran los teléfonos a los que volví a llamar, revisé de nuevo las noticias en internet en la esperanza de enterarme de algo. Y en el portal de un diario local amarillista, pésimamente redactado (incluso para mis criterios), acompañada de tres fotografías bastante gráficas y desagradables (incluso para mi morbo), apareció la nota en que se daba cuenta de un accidente mortal ocurrido dos días antes, de madrugada, en una carretera bastante alejada lo mismo de Santa Teresa que de la ciudad del sur a la que el doctor y su madre habían viajado, entre el carro ocupado por éstos y un lento camión sin luces en cuya parte trasera se incrustaron perdiendo la vida al instante y reduciéndose a cenizas en el poderoso incendio que siguió al impacto. Aturdido, sin saber qué hacer, sentí la pata de la perra de la madre en un costado, la forma que ella tenía de pedirme que le abriera la puerta del patio para hacer sus necesidades. 'La vida continúa', creo que pensé entonces gracias a la intervención del animal, aunque no le hiciera demasiado caso. 'Habrá que esperar a que llegue la ex-mujer para ponerla al tanto de todo. El doctor debió darme su número, debió prever las cosas. ¿Qué estaba pensando? ¿Y qué diablos estaban haciendo tan lejos de donde se supone que debían estar? ¿Y por qué tan tarde? O tan temprano. Me temo que tendré que pasar más tiempo del que yo hubiera querido cuidando esta casa. Y la de la madre. Las plantas, las perras, los aires acondicionados, el pienso que se acabará pronto y la comida del refrigerador que no he tocado y se echará a perder. Qué fastidio. ¿Qué se hace en estos casos?'. Como no me moviera a pesar de la insistencia de la perra, la noción del tiempo momentáneamente perdida, la vi de pronto orinando en un rincón del comedor, algo apenada de tener que aliviarse en ese lugar tan inadecuado. Reaccioné por fin. Me fui a la biblioteca, prendí el aire acondicionado y la computadora, me puse a jugar en espera de nuevas instrucciones. El termómetro llegaría ese día a los cuarenta y dos grados.

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