Imposibilidades
Casi todos lo
logramos, pero él no pudo. Debió padecer de una lamentable disposición de ánimo
que su circunstancia profesoral no habrá hecho más que empeorar, porque aunque
tenía aquella pareja fija a la que acudía cada vez que tenía que lamerse las
heridas y recuperar la cordura, no tardaba en volver a experimentar esa ilusión
que sólo vemos desplegada en las películas y que conduce a seres presuntamente
iluminados a liderar revoluciones y convencer escépticos, demostrando que
abstracciones como fe, amor o amistad son capaces de mover montañas y llevar el
espíritu humano a nuevas cumbres, tan arbitrarias éstas como su distorsionada
convicción —quizás un problema bioquímico reforzado por malentendidos
psicológicos— acerca de la belleza intrínseca de las almas jóvenes cuyas discutibles
virtudes magnificaba al tiempo en que hacía caso omiso de sus mezquindades. ‘Están
aprendiendo a amar’, se decía cada vez que alguno —y fuimos muchos los que
desfilamos por sus aprensiones— le demostraba ingratitud o apocamiento,
aversión o reserva, porque intentaba poseernos, ya no digo físicamente —era muy
consciente de sus inclinaciones e intentaba sublimarlas de todas las maneras
posibles— sino a través del minucioso conocimiento de nuestras ridículas vidas,
creyendo ver motivos y señales donde sólo había accidente y coyuntura,
inconsistentes como fuimos en aquella época y aun seguimos siéndolo en mayor o
menor medida en nuestra vida adulta, nunca tan buenos como él mismo para darnos
demasiada importancia, para pensar en nuestras vidas y cronología como quien
recorre una obra maestra, ¿cómo hubiésemos podido convencerlo de que no había nada
de lo que él ya había decidido que había? ¿cómo además desde nuestras muchas
veces verdaderas impenetrabilidad y tozudez, tacañería sentimental y ordinariez
sin intención ni trasfondo? No diré que fuimos inmunes a su influencia y
locura, no diré que no tomamos de ella los beneficios inmediatos que nos producía
fingiendo o hasta convenciéndonos auténticamente en alguna ocasión aislada de
debilidad y gazmoñería, pero nos recuperamos, ya lo creo que sí, con el debido
tiempo y experiencia hemos podido mirar hacia atrás y hasta sugerir dos o tres
causas para su mal incurable, no así remedios, me temo, porque quien tiene un
hueco tan grande desde la infancia no puede aspirar a llenarlo en la adultez,
por mucho que los mecanismos cerebrales quieran adelantarse a las emociones, es
imposible, y lo suyo escapaba al orden racional a pesar de su capacidad para
explicarlo y aun preferirlo como el retorcido combustible de su vida, así
condenada a distinguirse en todo de la paz que le hubiese procurado una adultez
como la nuestra hecha de matrimonios más o menos burgueses e hijos tranquilizadoramente
estúpidos, funcional por cuanto el resto de la humanidad nos produce
indiferencia y bostezos y no deseamos ocuparnos de ella, menos aun enamorarnos de
terceros a los que idealizar para luego alimentarnos del desgarramiento de su
partida, el amargo descubrimiento de su libertad y finitud.
Casi todos lo
logramos, pero él no pudo, ahora ya podemos decirlo con certeza porque se le acabó
el tiempo y él mismo sabría entender que al paso del mismo todo se diluye y
rebaja, no aguanta, se va borrando hasta que se extingue; lo recuerdo
lamentando una buena mañana no sentir ya nada por alguien que hasta la víspera
le había obsesionado y había querido como a alguien excepcional, yo mismo por
ejemplo, por quien tanto hizo sin que se le pidiera, sin que yo hubiese
siquiera respondido a su solicitud ya no digo con el mismo apremio y devoción,
sino con un mínimo de comunicación que le hubiese asegurado que le reconocía y
estimaba, pero no, no pude hacerlo porque no sentía nada, porque aunque fuese
mortal —y entonces en el fondo lo ignoraba— no todo había de servirme para
paliarlo, no cualquier amor, no desde luego el suyo.
‘Qué
inconstancia la mía’, se censuraba en esas treguas sentimentales cargadas de
lucidez. Acariciándole el cabello, aquella pareja fija le tranquilizaba con
resignada paciencia: ‘Toda la vida’.
2 comentarios:
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