domingo, marzo 08, 2015

La terminal eficiencia

Entrecierro los ojos en medio de la junta. Un guiñapo miembro de la elegante élite blanca, burguesa y ranchera, de la localidad, más dueño de la institución que cualquiera de los presentes aunque parezca deslizarse inadvertida y jesuíticamente por entre pasillos y oficinas, nos instruye sobre las exigencias de una remota federación con sede en la Ciudad. Serio, pero adornado con esa sonrisa cordial de los que se saben invulnerables y se congracian generosamente con compadres que más bien son subordinados suyos, nos informa de requisitos contradictorios para seguir en el negocio privado de la educación pública: hacer investigación sin descuidar la docencia, hacer docencia sin descuidar la investigación; hacer vinculación sin plegarse a las exigencias de industrias transnacionales y peregrinas, pero tomando en cuenta si nuestros egresados satisfacen sus demandas de inserción laboral a la plug-and-play; ser rigurosos en la conducción de los cursos, pero flexibles a fin de comprender de manera humana, demasiado humana, a nuestros estudiantes; formar a los mayores de edad en los valores de la adultez mediante medidas infantiles como las de pasar lista, anotar retardos justificados e injustificados, llenar bitácoras de asesoría que den cuenta hasta de la más inocua conversación, enseñarles a guardar silencio mientras otro habla y a expresar cuanta idiotez pase por su cabeza con entera confianza para que no sientan la menor opresión. El guiñapo informa, comparte nuestras preocupaciones (dice) y nos exhorta a cumplir estas metas para gozar de la certificación de organismos presididos por burócratas que pasan su vida en oficinas adornadas con sus enmarcados diplomas de pedagogos y masters en política pública, no en aulas. Nadie pone en duda que las medidas son razonables: si se exige más es que hay más calidad, parecen pensar mientras mascan chicle o pasan sus grasosos deditos por las pantallas de sus celulares. A nadie se le ocurre pensar que quizá deberíamos contestar las medidas. A nadie se le pasa por la cabeza que una universidad pueda manifestar disenso y sustraerse razonadamente a lo que se impone desde arriba, pues son miembros bien educados en la propia educación que intentan transmitir: esa que aplasta las contradicciones mediante la alienación de un double-thinking orwelliano.
Cierro los ojos por más segundos como hace uno para escaparse de una realidad demasiado intolerable, pero no puedo evitar escuchar la última campanada del guiñapo: hay que aumentar la eficiencia terminal, dice, pues no egresa un porcentaje adecuado de la gente que entra a hacer estudios con nosotros. Abro los ojos y ahí está, sonriente el muy cabrón, sin preocuparse de que hace apenas unos minutos hubiera pedido aumentar la matrícula como si de una fábrica de autopartes se tratara. ¿En qué momento se convirtieron las universidades en máquinas tortilladoras regidas por principios de negocios? ¿Cómo puede explicarse que gente dedicada presuntamente a actividades intelectuales no haya sabido ver el perjuicio y la estupidez de someterse a semejante adulteración si no es a través del envilecimiento producido por la combinación de sus cada vez mayores vulgaridad y salarios? Gente progresivamente menos educada parasita las instituciones y sus presupuestos, vende "educación" como si de la panacea universal se tratara, sin medir consecuencias ni impactos, presumiendo que repartir títulos universitarios es bueno en sí sin importar el número, los destinos laborales, ni la viabilidad del país como tal. Hacen lo que sea, menos lo sustantivo, con tal de seguir cobrando más y más cada quincena, no se sabe si con cinismo (lo dudo, visto el esfuerzo intelectual que requiere) o enajenados como soldados nazis que sólo siguen órdenes para continuar la matanza. ¿Se le habrá ocurrido a este imbécil que la eficiencia terminal podría estar aunque sea vagamente relacionada con la calidad de la gente que ingresa y que no puede aumentarse por decreto si no es en detrimento de las exigencias? ¿Advertirá el pendejo que pedir un aumento de la matrícula y una mayor eficiencia terminal es como escupir hacia arriba y no ensuciarse con el esputo? Hago una prueba y pregunto qué porcentaje considera aceptable como eficiencia terminal. Mientras el guiñapo reflexiona sesudamente me digo que no puede ser tan ingenuo como para dar un número, que eso sería imposible y... "Como arriba del cincuenta o sesenta por ciento", responde al fin para mi estupefacción.
Vuelvo a entrecerrar los ojos y procuro tranquilizarme recordando que los países democráticos tienen dirigentes que más o menos se corresponden a los deseos de la mayoría. Esta no es la excepción: denme un público sin educación, adocenado, que le gusten las pantallotas, las casotas, las camionetotas, y te daré un robavacas como este por jefe. Me guste o no, es el líder adecuado para la irreflexión y la estulticia, para la vulgaridad y el saqueo presupuestado, para la buena conciencia y el escamoteo de responsabilidades. Es un hombre en el tiempo, el lugar y las circunstancias correctos...
Me da sueño y en mi cabeza la vida prestada de que gozó este país en razón del petróleo se desvanece: se cancelan programas y presupuestos, se desmantela la burocracia de la educación, cierran algunas universidades superfluas, llegan emisarios de la Ciudad para anunciar que ya no hay más presupuesto y los maestros vuelven a dar clases evaluando sin cortapisas a estudiantes adultos que conocen las reglas y se atienen a ellas, mientras los investigadores estudian los temas que les apasionan porque ya no hay dinero por el qué concursar para inventarse intereses espurios, hilos negros o proyectos de humo. Es un mundo simple, pero sostenible; austero, pero responsable... Pero no me siento tranquilo: anochece y de la obscuridad del oriente vienen hordas de miserables que asaltan negocios y saquean propiedades, pasando a cuchillo a las buenas personas que se refugian en sus casonas y a la que ya no protegen ni guardias ni rejas. La propia universidad arde en llamas. 'Ya era demasiado tarde', me digo una y otra vez. 'Demasiado tarde'...
Despierto y la junta termina. Todos recogen pesadamente sus cosas entre bromas y palmaditas en la espalda, gente de bien con hijitos y trabajo, el mundo todavía habitable... 
Pero el guiñapo sigue ahí.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Por citar al Dr Peludo te llegan tales sueños, sólo faltaron los cholos destruyendo parquímetros.

Miguel Ángel Bernal Reza dijo...

Oh sí, lo olvidaba: el verdadero terror de la burguesía... que les cobren por estacionar sus coches.

PONCE dijo...

CALLATE A LA VERGA YA PINCHI PROFE JOTO