lunes, julio 23, 2018

El motor de la culpa

Hizo mucho Gustavo, inadvertidamente, por sacudirme el sentimiento de culpa que me había sido instilado por mi madre desde la infancia, no así sus amigos de la universidad privada que fueron más bien comparsas bobos de aquel drama sobre el que ni él ni yo solíamos expresar opinión alguna, asentíamos con la cabeza y redondeábamos con monosílabos, así gastábamos las veladas recorriendo la ciudad mientras se acumulaban las botellas de cerveza en el piso del auto y alguna mujer generosa se desnudaba en el asiento trasero luego de esnifar rayas de coca, una mujer de la que ni él ni yo solíamos sacar provecho como sí lo hacían en cambio sus amigos de la universidad privada de cuyas bromas y cháchara reíamos a carcajadas acotándoles mínimamente, algunas veces animándoles, más él que yo, con provocaciones ridículas que nos ahorrábamos entre nosotros, nuestros momentos solemnes llegaban cuando la embriaguez ya había adormecido a casi todos los que nos acompañaban, entonces él encendía un cigarrillo y me proporcionaba un dato mínimo sobre su familia, casi siempre sobre su padre ausente, ese putarraco, decía, que los había dejado para mejor trepar en la burocracia cultural de la capital a la sombra de un ministro invertido de cuyo favor gozaba, ya entusiasmándose con la promesa de conciertos, ya con la de recitales y publicaciones en gran formato, su padre se creía de gustos refinados y destinado a una obra, decía, a cuya altura no estaban ni su mujer ni sus hijos que sólo lastraban su capacidad creadora, yo sonreía casi con una mueca y apenas terminado su enunciado aprovechaba la pausa para encender a su vez mi cigarrillo y pensar en mi padre que a diferencia del suyo no parecía tener grandes proyectos ni se decidía aún a abandonarnos como finalmente lo hizo, un individuo más bien gris del que apenas supe nada y en contra de cuyo conocimiento mi madre hizo cuanto estuvo en su mano, una gran voluntad la de nuestras madres, en ello coincidíamos sin apenas mencionarlo, mujeres-hombre dispuestas a devorar al padre de sus hijos y, una vez emasculados, continuar su monstruosa tarea de cretinización sobre nosotros, sus maridos vicarios, no escatimando para ello ni la razón ni el chantaje ni la fuerza, contra la culpa que constituía su principal herramienta nos levantábamos Gustavo y yo llamándoles a deshoras para decirles a las claras que no volveríamos esa noche, despreciando sus advertencias de los riesgos que encerraba la ciudad, cerrando de un golpe las puertas de nuestros dormitorios para que no continuaran inoculándonos con su veneno cuando por excepción coincidíamos en casa, torturaban a nuestras hermanas para que fueran sus instrumentos, pero ellas se apiadaban de nosotros y a hurtadillas nos deslizaban comida o dinero, nos abrían sigilosas las puertas de nuestras respectivas casas y nos advertían de peligros en contra de nuestras respectivas madres, no había pues más tiempo que perder que contradecir una y cada una de las disposiciones enfermizas que nos fueron dadas desde la así denominada más tierna infancia, un período que Gustavo y yo aborrecíamos como al que más y en el que ambos tratamos por todos los medios de ganarnos el favor de nuestras distantes madres, mujeres que entonces se hallaban exclusivamente ocupadas en retener a sus hombres, bien por medio de hijos como nosotros a los que despreciaban tanto como nos ignoraron sus maridos, bien echando mano de contratos civiles y religiosos como quien asegura la tapa de un ataúd, apenas notaron que sus acciones no conseguían los efectos deseados y se embarazaron de nuevo al tiempo en que nos educaban de la manera más estricta, pensaban así convertirnos en ejemplos a los que nuestros padres admirarían, aprender a bien vestir y comer sin abrir la boca, a rezar y ayudar en la casa, a leer precozmente y escribir sin faltas de ortografía, nuestras manos se llenaron de ampollas gracias a las varas de mimbre que emplearon para conducirnos como a un ganado, Gustavo fue sin duda más inteligente que yo porque aborreció la escuela desde el principio y yo hube de pasar años dedicado a ella para mejor agradar a mi madre y ayudarle así a agradar a mi padre, una tarea destinada al fracaso por muchos cuadros de honor y concursos victoriosos que se acumulaban, a mi padre no le interesaban en lo más mínimo aquellos a los que mi madre llamaba logros, vulgares pedazos de papel llenos de firmas y sellos, trofeos con columnas y figuras ridículas, medallas que compraba de mala gana la secretaria de la escuela media hora antes de la ceremonia de premiación, aquello no era su asunto como tampoco lo éramos sus hijos en su totalidad, un hombre inafectable, mi padre, que apenas consumó su unión con mi madre comprendió que debía abandonarla y que no le sería fácil, ya estaría decidiéndose en esos mismos días en que Gustavo y yo recorríamos la ciudad con sus amigos de la universidad privada, escuchando música por encima del ruido de las botellas del piso y humedeciendo nuestros dedos en la entrepierna de la mujer de turno, sólo para terminar en alguna obscura esquina fumando nuestros cigarrillos, Gustavo riendo de mis atroces comentarios sobre la estupidez de los maestros a quienes yo superaba en conocimientos y originalidad, yo desahogando así los muchos años perdidos por una familia contumaz que en definitiva no cuajó nunca y contra cuyos principios me alzaba ahora y aún desde la aparición de Dulcino y Bomar, ese par de jóvenes de brillante porvenir cuya única función consistió en sacarme del mundo ordenado y discretamente alegre que había construido en mi habitación para mejor mantener el horror fuera de sus muros, ahora era tarde incluso para sentir admiración o afecto por Gustavo, ni él los necesitaba ni yo estaba en condiciones de dárselos, nos acompañábamos y reconocíamos, y ello bastaba para confirmarnos en la licitud de nuestro comportamiento, a él no podían atacarle porque estaba custodiado por la posición económica y política de su madre, pero a mí tampoco podían someterme porque gracias a la crueldad de la mía descollaba irritantemente en el terreno académico, no fue bastante con ser mucho, sin embargo, todo lo que inadvertidamente hizo Gustavo para sacudirme el sentimiento de culpa, muchos años después se manifiesta y yo lo reconozco, así en la aguda desesperación de las tardes a solas, así en la energía renovable que opongo a estos tiempos idióticos, así la culpa envenena todavía las aguas de un río subterráneo que me recorre y no hay más Gustavo ni universidad privada ni ciudad natal, mi hermana fue sustituida por mi mujer que a su vez se ha marchado con mis hijas y no queda pues sino mi madre, principio motor de un malentendido, para consolarme en los años que vienen de todo el mal que me ha hecho.