jueves, julio 26, 2018

Si yo me quedo aquí

Cuando conocí a Gustavo en la universidad privada yo ya contaba con tres años de conocerla a través del bachillerato privado, una dependencia de aquella que se hallaba a un costado del acueducto de ciudad natal y sobre las faldas de la cuenca de un arroyo que sería embovedado durante mi primer año ahí, un sitio muy arbolado y lógicamente hecho de muchos niveles que se comunicaban por pasillos, jardines y escaleras, un sitio al que llegaba desde muy lejos todas las mañanas hasta media hora antes de las siete, a veces cuando aún estaba obscuro, y en algunas de cuyas bardas me tiraba a lo largo a mirar las estrellas o a continuar las lecturas que permanentemente conducía en mi habitación o en los ya desde entonces atestados autobuses de ciudad natal, tiempo feliz sólo parcialmente interrumpido hacia su tercer año, primero por Dulcino y luego por Bomar, heraldos de la transformación todavía más profunda que ocurriría una vez hube abandonado el bachillerato privado y conocido la universidad privada, se equivoca quien asuma que por ser aquel una dependencia de ésta, los profesores y directivos en él, así como sus actividades y filosofía, eran meras sombras de ella, nada más lejos de la realidad, todo en el bachillerato privado era sólido y terminante, consistente y definitivo, aunque para conseguirlo se prescindiera por completo de la indulgencia y no se escatimara la mayor energía en la aplicación de las reglas, disposiciones recogidas de la tradición tridentina cuya injusticia y obsolescencia no obstaban para que prefectos y secretarias, profesores y directivos, creyeran en ellas y las pusieran efectivamente en práctica no sólo al interior de la escuela sino incluso en el seno de sus familias, algo muy distinto de la universidad privada donde todos fingían en la forma más ridícula e inverosímil creer en lo que no creían de ninguna forma, en lo que ni siquiera habían reflexionado ni deseaban reflexionar, antes bien preferían sacudírselo improvisando solemnidades sólo a duras penas extraídas del ánimo de conservar sus miserables empleos, nunca de la más remota convicción que no conocían ni deseaban conocer, así pues los de la universidad privada eran personas adelantadas a su tiempo por cuanto hoy se hallarían absolutamente reivindicadas por el necio utilitarismo del mundo que, al no atenerse a ninguna ley superior ni inferior, tridentina o laica, obra con la más completa arbitrariedad e injusticia, aquella vanguardia ya se habrá sumado a la masa balbuciente, insaciable y estúpida que constituye el mundo moderno y habrá empujado al suicidio a los formidables fascistas del bachillerato privado que, ahora comprendo, vivían sus últimos momentos antes de la universalización de la idiotez, cuánto hube de hallarme en los años que siguieron echando de menos las diversas enseñanzas del bachillerato privado contra las que hube de rebelarme sin tregua leyendo todos los libros por ellos condenados, entablando todas las discusiones por ellos prohibidas, formando desde mi más sagrada soledad una convicción propia que se opusiera a su mortal escolástica, me prepararon así, por oposición, para el rigor lógico y científico que habría de estrellarse con la realidad apenas traspasar sus puertas y acceder a la universidad privada, un sitio donde, insisto, a nadie le importaba discutir nada ni seguir razonamientos ni mucho menos sostener convicciones o ideologías, toda ella era administración bruta y negocios, y por tanto la forma de combatirla ya no podía consistir en las discusiones que me llevaron a la prefectura o a la dirección cuando estaba en el bachillerato privado, donde mis interlocutores consideraban de verdad lo que yo decía y me condenaban de verdad con la energía que da la convicción, pues no, ahora tocaba seguir a Gustavo en la aparente vacuidad del nihilismo, combinando los mejores resultados académicos con putas, alcohol y cocaína, un tiro que también acertaba a liquidar la ñoñería de Dulcino y Bomar, su insuficiencia propia del bachillerato público donde estudiaban y de la universidad pública a la que posteriormente irían, instituciones inmensamente ricas que padecían inacabables carencias crónicas y donde se persuadieron de representar los deseos de superación de un pueblo del que todo ignoraban y al que, andando el tiempo, cobrarían cara su representación, nunca como en las instituciones públicas conocí años después la rapacidad más feroz y vulgar, cínica e ignorante, en contraste con los formidables fascistas del bachillerato privado que vivían convencidos de pensar y enseñar lo correcto pagados con miserables salarios de los que vivían frugalmente, llegaban al lado opuesto de la cuenca del arroyo donde se hallaba la escuela en el mismo autobús que yo, con sus zapatos sucios y un cigarrillo en las manos, no se permitían familiaridades excesivas e hipócritas y trataban a aquellos mimados hijos de industriales y altos funcionarios con autoridad, sin distingos para con los becarios como yo que se hallaban ahí como resultado de la tenacidad neurótica de una madre decidida a conseguir la familia perfecta, nunca como en aquel claustro decididamente jerarquizado tuve oportunidad de estudiar y discutir entre iguales, nunca más sería escuchado por los miembros de ninguna institución ni podría colegirse nada del galimatías de mis interlocutores como en aquellas aulas con vistas a jardines en pendiente, arbolados, donde además de enseñar álgebra e historia, lógica y química, se oponían argumentos a otros argumentos, aunque de ellos sólo emanara un mundo ordenado y obscuro al que debía oponérsele una resistencia también ordenada, 'si yo me quedo aquí', solía pensar entonces con ingenuidad en la desesperación de terminar unos estudios que se me antojaban interminables por mi corta edad, 'moriré sin conocer la libertad', pero los asesinos del espíritu esperaban afuera, libres, afilando cuchillos.

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