domingo, septiembre 08, 2019

Orientación

Te acordarás del libro que nos hacían comprar en la secundaria para una materia llamada orientación, en realidad tres libros, uno distinto por cada grado. El que recuerdo era el del segundo año, un libro horrible editado en ese papel marrón deslavazado llamado revolución, tan popular en los ochentas, pero que leía con mucho interés porque los adolescentes mariquitas somos aficionados a la psicología de quiosco, trátese de horóscopos, revistas del corazón o libros presuntamente académicos, pero redactados en lenguaje llano por mujeres de moral ligera, las únicas capacitadas para lidiar lo mismo con niños que con padres de familia. En ese libro se describían las así llamadas ocho áreas fundamentales del ser humano como sectores de un disco cuya unidad dependía de la capacidad de cada uno para reunir sus partes. Era un dibujo que parecía mimeografiado en vez de impreso, desde luego sin colores, donde aparecían escritos, en una fuente muy próxima a la de una simple máquina de escribir, los distintos nombres de las áreas que semejaban los rayos de una rueda: la mitad se leían del centro hacia afuera: área física, área sexual, área económica, área emocional (que por alguna razón consideraba menores), la otra mitad de afuera hacia dentro: área familiar, área social, área intelectual y área espiritual (las fuertes, según yo, que así presentadas me suponían un orden de creciente importancia). 
Recordarás también que yo siempre fui aficionado a las clasificaciones: listas, cuadros sinópticos, diagramas de Venn. Al término de la primaria hice un cuaderno donde intenté reunir todo lo que sabía por materias, creo que alguna vez te lo mostré: matemáticas, ciencias naturales y sociales; incluí en él mapas de variados colores dibujados por mí mismo y cuidadosamente doblados para entrar en pequeños bolsillos de plástico que adosé a las últimas páginas con cinta adhesiva: uno por cada continente y otro del propio país con su división por estados. Le dibujé un par de nubes y un arco iris en la portada. Se lo mostré a mi padre que me despachó en pocos segundos balbuciendo la palabra bien para ocultar su desconcierto. Pero ni su indiferencia ni los insultos de mis compañeros (de los que me defendías a veces) me desanimaban en mi obsesión taxonómica, así que era lógico y esperable que me sintiera inmediatamente atraído por esa organización de la vida en forma de rueda que el libro de orientación me ofrecía. Hice una primera evaluación de mi situación a la que siguieron muchas más, casi hasta el fin de la adolescencia, ese período en que muchos nos apartamos de todo lo que consideramos ridículo sin conseguirlo nunca del todo. Luego, si hay suerte, volvemos sobre lo abandonado como si el sólo paso del tiempo le hubiera dado la dignidad que no tenía, una prestada por el sentimiento de la nostalgia. Pero volvamos al punto, que me estoy desviando: ¿qué cuentas puedo darte de mi vida si echo mano nuevamente de la rueda?
Ya no soy joven, tengo una enfermedad crónica controlada y nunca hice ejercicio como según yo deseaba. Como todo buen marica en su madurez, como bien y voy al gimnasio con regularidad, pero por supuesto no lo hago porque exista siquiera la mínima posibilidad de eliminar la panza de cuarentón que se me ha hecho ni porque quiera alimentar más el mito de mis buenas piernas o nalgas, qué va, lo hago sólo porque me distrae al tiempo en que escucho música, porque puedo evadirme y fantasear, placeres adolescentes que, a falta de mayores talento o voluntad, consigo también leyendo o escribiendo pequeños textos sin acometer las grandes obras que he deseado realizar. Así pues, el área física tal como la he concebido se opone a la intelectual porque postula la disipación en vez de la concentración: la vida más equilibrada es también la más mediocre. Y ya que estamos en ello, te comparto dudas que me has oído expresar aquí y allá: ¿es tarea intelectual haber conseguido los máximos títulos universitarios? ¿haberlo hecho en el extranjero aprendiendo otras lenguas? ¿mantener un trabajo profesional productivo como profesor investigador en matemáticas aplicadas? ¿acaso la fundación de programas y la dirección de proyectos que han influido en la vida de decenas de personas? Si la calidad del trabajo no es la máxima y reconocemos que no podemos darla, ya sea por incapacidad o pereza, ¿qué debemos hacer? ¿conformarnos con la indulgente fórmula dar lo mejor de sí? ¿abstenernos de exigir a los demás porque al fin y al cabo nosotros no cubrimos las exigencias más altas? Mi preparación académica tenía como destino una institución a la altura: ¿lo es una universidad de provincias donde se es tuerto en tierra de ciegos o es que somos nosotros los que no cabemos en las instituciones soñadas? Quizá estas últimas ni existan propiamente, pues dar la vuelta al mundo me ha dado el discutible consuelo de comprobar que nuestros problemas no son originales y que el hombre que trabaja está siempre en el lugar correcto. Pero la insatisfacción persiste. Si la obra intelectual profesional no alcanza el nivel esperado, ¿puedo conseguirlo en la literatura o es sólo un recurso para escurrir el bulto de la incapacidad? Me imagino ahora mismo a Fargas mirándome a los ojos e inquiriendo: what are you looking for, Mr. Corso? Porque da la impresión de que la obra no estará a la altura ni será de la más alta calidad en tanto no sea reconocida por la mayoría de las personas. En forma de premios y ventas. En forma de invitaciones y récords. Y eso, que quizá te sientas tentado a asociar a mi adolescencia hecha de concursos y diplomas, medallas y competiciones, es desde luego ridículo. Pero como fondo psicológico no está mal. And yet... ¿qué psicología conciliará el hecho de que Javier Marías es un escritor reconocido o exitoso o consagrado o bueno con el hecho de que Luis Gala es uno perfectamente desconocido aún si su prosa fuera magnífica?
Pero como bien decía el libro de orientación de segundo año, la vida está hecha de más cosas, como el dinero que, sin faltarme, no se sabe nunca si es mucho o poco, sobre todo porque afirmar que es suficiente mientras no nos falte nada es bastante incierto como medida, pues depende de lo que cada uno cree que necesita y del tiempo que dure su existencia (las hay tan largas o accidentadas que pueden arruinar hasta las mejores previsiones). No soy un capitalista sino un empleado. No genero dinero, antes bien aumento el número de los que se cuelgan del erario público. Con responsabilidad y rendición de cuentas, se entiende, pero también con culpa. Vivir de la escritura tendría la ventaja de decir adiós a los jefes que por regla general son imbéciles y guardar una relación menos parasitaria con la sociedad. Pero también me permitiría tener una vida más liberal sin que las sociedades de padres de familia sientan que pongo en peligro la moral de sus hijitos universitarios y mayores de edad. Porque es verdad que mi sexualidad, con ser fuente de grandes placeres, ha planteado también infinidad de problemas a lo largo de mi vida. Ustedes se dieron cuenta antes que yo de mi orientación sexual y me llamaron maricón, joto, puñal, puto, feminoide, marica, pero no fue sino hasta el fin de la primaria en que yo comprendí que era homosexual. Te acordarás que los insultos siguieron en la secundaria y la preparatoria; algo menos en la facultad y el posgrado, jamás en el extranjero. Desde que cobré conciencia de mi situación supe que tenía que guardarme de hablar del asunto con mi familia y con mis escasos amigos. Mutilarme. Muchas veces me sentí cómodo fingiendo y hasta pretendí poder cambiar, como si ello hubiera sido posible o deseable. Tuve novias. Pero cuando por fin me decidí a tener el sexo que deseaba y que no podía ser sublimado más, encontré toda suerte de dificultades, de rol y de salud, de moral propia y ajena, rematando en una pareja prematura cuya consolidación ocultó detrás de la ternura equívocos fundamentales en materia sexual. Viví así muchos años de creciente tensión entre una vida casi conyugal que se alejaba de lo físico y una estimulante y peligrosa promiscuidad exterior. Salté así desde la juventud hasta la madurez y en ésta nos encontró la separación. No valieron más las palabras sin sustancia como relación abierta o el ridículo mandato de no involucrarse sentimentalmente con nadie más. ¿Cuándo me impidió este principio enamorarme de tantos a lo largo de los años? ¿Cuándo el carácter abierto de la relación hizo menos dolorosa la comparación de nuestro sexo agónico o inexistente con el rush de los encuentros casuales? En esto el libro de orientación pecaba de ingenuidad. Ni en él ni en ninguna otra parte he hallado respuestas a preguntas esenciales, por ejemplo: ¿qué es una pareja? ¿basta comunicarnos de manera extraordinaria con esa persona aunque no la deseemos? ¿basta con desearla aunque sea una persona manifiestamente incapaz de comprender nada? ¿cuánto es suficiente sexo? ¿está en la naturaleza de las personas la promiscuidad o el agotamiento eventual de la monogamia? Es fácil decir que cada par o grupo define sus reglas, tú mismo has dicho que para ti el sexo no es tan importante, pero cuando uno aspira a algo legítimo y no a una mera comedia, se tropieza rápidamente con el requisito de enfrentar la verdad, lo que desde luego obliga a buscarla, a cuestionarse, a no descansar jamás. Y así no es de extrañar que llegue a esta edad sorprendido de que las ganas de seguir jugando sigan ahí y esperanzado de que ponerlas en un solo sitio no sea una simple estupidez, particularmente cuando el universo de mis intereses se aleja cada vez más conforme envejezco.
Me he alejado de mi familia y amigos, tú incluido, aunque su influencia ha sido grande en la formación del solitario que soy. No me siento del todo satisfecho con ninguno de ustedes, pero ya el carácter heterodoxo de mi vida sexual e intelectual hacía difíciles las relaciones duraderas, particularmente en un país como el nuestro con su cultura acomplejada y mezquina (de ahí que tenga buenos amigos extranjeros). De modo que debería estar agradecido por haber disfrutado de tratos profundos con una importante lista de personas, aunque ya no las frecuente o sólo muy de vez en cuando, impedido por razones geográficas o temporales. Las comunicaciones hacen posible que tenga noticias de ellos cada cierto tiempo y eso es satisfactorio, aunque quizá insuficiente. En todo caso no lamento el resultado lógico de hallarme solo. Quizá la persona que más ha trascendido épocas distintas ha sido mi madre, a quien puedo disfrutar y padecer ahora, mientras se adentra en la vejez. ¿Nos volveremos una de esas parejas clásicas de homosexual con su madre, enfrentando las cada vez mayores dificultades de la ancianidad solitaria? Quizá yo pueda acompañarla hasta que muera, pero luego no queda muy claro quién lo hará conmigo cuando ya no me sea posible mantener mi autonomía. ¿Tendré que suicidarme o irme a vivir con quienes no deseo ni me desean? Misterio.
Falta rendir cuentas de dos áreas, me dirás, la emocional y la espiritual, aunque nunca me quedó muy claro a qué se referían los autores con este par de rubros. Lamentablemente ya no tengo el libro de orientación conmigo para consultarlo, aunque sí los escritos que hice en mi adolescencia evaluándolas junto con las demás áreas, cada uno, dos o hasta cuatro meses. ¿Dónde encaja el amor? ¿en la vida sexual como parece colegirse de lo que te he relatado arriba? ¿en la emocional donde supongo que una vida sana ha de ser estable, sin grandes depresiones ni euforias desquiciadas? ¿o es un asunto espiritual para los que como yo hemos perdido las creencias religiosas? Siempre pensé en el mundo espiritual como en la capacidad de vivir en armonía y penetración, aún misteriosa, aún sagrada o poética, con lo que nos rodea, lo que de alguna manera he conseguido a través de una vida de amor y conocimiento, de sentido moral hacia los demás y de una obligación cada vez mayor de honestidad intelectual y ética. Seguiré viviendo tensiones entre los distintos polos que jalonan mi voluntad e insatisfacción ante lo que hay, porque quizá, a nivel psicológico, poco puede hacerse por la conformidad de aquel a quien le fue inculcado desde niño la necesidad de ganar respeto, amor, o  satisfacción, por medio de más y más obras. Después de todo, como te dije alguna vez, el amor no es improductivo.

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