lunes, febrero 24, 2020

El domingo del niño marica

Con tan pocas cosas en la habitación y el cuerpo delgado, las periferias de la ciudad a medio poblar, el aire al amanecer era más fresco a finales de los años ochenta. Apenas se insinuaba la luz del día se ponía de pie y calzándose los tenis más desgastados salía a caminar hasta la barranca cuando apenas se estaban instalando los primeros puestos: yogurt, jugos y aguas frescas, tabletas de amaranto y miel, leche bronca. Los baldíos más cercanos a la orilla eran cultivos de jícama y maíz, a veces pastizales donde las vacas mugían durante la ordeña, los caballos eran montados y las cargas puestas en los lomos acolchados de resignados burros. Los olores de naranja y betabel se entremezclaban con el hedor de las boñigas que poblaban el camino empedrado por donde descendían corredores y paseantes, trabajadores de la planta de luz y campesinos ya muy ancianos armados de palos de junco a manera de bastón. Él bajaba a grandes saltos, contento de evitar obstáculos sin disminuir la velocidad, y en poco tiempo, a pesar del frío, se hallaba empapado en sudor cruzando el mirador de medio camino. Pensaba: en la escuela, en los compañeros, en cómo hacer amigos o jugar futbol, en la poesía que llevaba a medio escribir, en los amores secretos, en las telenovelas, en las calificaciones que orgulloso mostraba a mamá, en los premios, en sus abuelos o sus tías, en lavar a hurtadillas sus calzoncillos llenos de secreciones, en cómo negociar con dios todos sus pecados. Con la cabeza hirviendo de diálogos imaginarios recorría el trecho recto que, salpicado de flores amarillas a los lados y poblado de pájaros arriba, anunciaba la proximidad del río. Un par de vueltas más y el fragor de las aguas se hacía ya ensordecedor, otro par de ellas y aparecía ahí delante la espuma y el bramido, los borbotones que hacían saltar las piedras, la punta en que terminaba la montaña que separaba el río Verde del Santiago. Se detenía. 
Arriba el sol ya iluminaba parte del descenso, abajo hacía otro tiempo, como el de un amanecer demorado. Tarareaba una canción imaginando que la cantaba a dúo con el chico del tercero ce que el viernes pasado olvidó su suéter en una de las jardineras del patio. 'Qué suerte', pensaba, 'haber podido llevármelo y que se quedara conmigo todo el fin de semana. Mañana tendré un pretexto para hablar con él. Cuando se lo devuelva estará en deuda conmigo, me encontrará agradable y empezará a verme con afecto, nos haremos amigos. ¡Qué bien huele su ropa! Una mezcla de madera y detergente donde sin duda se hallará impregnado el olor de su piel. Qué bien debe oler ahora mismo dondequiera que se esté levantando allá arriba. O quizá esté durmiendo en calzoncillos en medio de un sueño erótico, cobijado...' Mueve la cabeza. Mira a su alrededor, avergonzado, como si en vez de estar pensando hubiera estado hablando en voz alta. 'Qué contento se va a poner cuando le devuelva su suéter', concluye su ensoñación. Se pone en marcha. Sorteando los charcos y lodazales del camino donde las gallinas buscan lombrices y guijarros, llega hasta el puente de Arcediano donde siempre vacila antes de cruzar. Las maderas son viejas, los restos de piedra del antiguo puente que derribara una inundación de la que sólo los ancianos tienen memoria, están ahí como gigantescos muebles volcados contra los que se estrellan las aguas de los ríos ahora reunidos. Cruza sintiendo una punzada de emoción en la boca del estómago. Del otro lado respira el aroma de la huerta de mangos cuyo suelo está siempre húmedo bajo la sombra de los enormes árboles. Hay muchos frutos caídos que no se molesta en recoger, pero coge uno y lo lleva de vuelta al otro lado del río para lavarlo en una de las pilas del caserío. La pulpa amarilla y dulce se hace agua en su boca, se le escurre el jugo por las comisuras de los labios. Con la boca llena, atragantado, da los buenos días a cuanta gente va pasando por ahí como si todos fueran sus amigos. Se pone de pie alarmado al comprobar que el sol ya puede verse por encima de la escarpada pared de enfrente, detrás de la huerta de mangos, de modo que emprende el regreso mientras la humedad fría del camino es lentamente reemplazada por el vapor que despiden las plantas. El ascenso es duro y él, perezoso, se detiene aquí y allá a beber agua de los manantiales que resucitó la tormenta de anoche, a imaginar que vive en una choza a la vuelta del camino. 'Viviría escribiendo poesía', se dice sonriendo con menos inocencia que la que tenía cuando de niño se refugiaba bajo el techo de ramas que llamaba su casa del baldío. El cielo es azul y cree que lo llama a seguir subiendo; así, con los ojos cerrados, levanta los dos brazos como si quisiera alcanzarlo. Siente que una corriente lo atraviesa. Abre los ojos y continúa el ascenso. Al término del recorrido, en la capilla, se hinca en un rincón mientras se oficia misa ante una concurrida audiencia. Habla con dios un tanto libremente y le pide perdón por hacer enojar a mamá, por no ser tan buen hermano, por sentir deseos obscuros hacia el chico del tercero ce. Lucha por concentrarse a pesar de los desentonados cantos de un coro de viejas que parecen estar a punto de echarse a llorar. Se pone de pie. Se aleja.
Ya del todo arriba se ve obligado a pasar de largo por los puestos de yogurt, jugos y frutas, tabletas de amaranto y miel, porque nunca lleva dinero. En casa le esperan su madre y su hermana con un desayuno de huevos con chorizo, chilaquiles y frijoles, un enorme vaso de licuado de plátano, galletas de postre. A él lo mandarán a la tienda a comprar birote salado y dos litros de leche, el periódico del que sacará las tiras cómicas que colecciona. Su madre se negará a servirle el desayuno si no se baña primero y su hermana la secundará haciendo cara de asco. '¡Quítate cerdo!', le dirá cuando él amague con darle un beso en la mejilla. Ya en el baño examinará los calzoncillos y querrá quitarles la mancha blancuzca del frente con un poco de jabón, pero el área quedará un tanto decolorada al final, empeorándolo todo. Mientras pasa los dedos por la tela elástica, suave, de un muy estimulante color magenta que le recuerda los calzoncillos morados del protagonista de una popular película, le vendrá de nuevo a la mente el recuerdo del chico del tercero ce y, ya bajo el chorro de agua caliente, casi hirviendo, volverá a eyacular sin fijarse muy bien en que desaparezcan los residuos de la coladera y encontrando al secarse algunos grumos viscosos entre los dedos de los pies. 'Perdóname dios mío', dice, 'empezaré mañana que es lunes, te lo prometo'. 
Luego de desayunar se encierra en su habitación y considera llegado el momento de sacar la máquina de escribir y sentarse en el mesabanco que su madre comprara hace dos años y en el que apenas cabe ya. Cinta bicolor en el carrete. El título en rojo: '¿Eres mi amigo?', luego la fecha. El texto en negro. Mucho cuidado porque no le gusta tachar ni hacer correcciones. '¡Ay! Siento hacer una pregunta tan difícil, pero es que ya estoy muy cansado de equivocarme al colocar el título de amigo a algún compañero, y me duele mucho la decepción de saber que aquel no fue mi amigo como yo lo consideré y que me equivoqué. Mas ya se me ha dicho, por parte de mentes de experiencia y confianza, que un amigo es muy difícil de encontrar, y que, muy a menudo, sobre todo cuando la mente es inexperta y joven, ya que cuando los sentimientos son transitorios, los mal clasificados amigos también son transitorios y no duraderos; pero no es necesariamente obligatoria esta regla. ¡Claro que se pueden tener amigos duraderos aún desde muy joven!, claro está que es muy difícil. En mis andares no he hallado todavía un amigo, sólo han sido compañeros, quizá he tenido muy buenísimos compañeros, mas no amigos. Me he equivocado, aproximadamente, trece veces (o al menos es la cantidad que ahora llega a mi mente) desde la primaria, ¡imagínate, estimado lector, si no es para doler o sentirlo! Sobre las características de los amigos es una de las cosas que aún mi frágil mente no ha sido muy exacta en determinar. Actualmente mis “amigos”, o para no equivocarme, mis mejores compañeros, son:' Se lleva un dedo a la boca. Se pone de pie. Enciende la radio donde una locutora invita al auditorio a llamar si conocen el título de la canción que ahora empieza. Él lo sabe y se emociona al tiempo en que lamenta que no dispongan de teléfono. Cuando deben hacer llamadas van al teléfono público de la esquina. Mientras la locutora anuncia que ya tienen un ganador él se lleva al rostro el suéter del chico del tercero ce y ya le gustaría encabezar la lista de sus amigos con el nombre de él, pero ni siquiera han cruzado palabra. Es casi seguro que a oídos del chico han llegado los rumores de que es maricón, incluso habrá tenido ocasión de ver desde el salón de enfrente cómo sus compañeros abusaban de él en medio de gritos salvajes y risotadas. Pero quizá no le importe. Quizá el chico del tercero ce sí quiera ser su amigo y pueda verlo a él, el marica, como a un hermano, 'el hermano que nunca tuve', piensa. Ya es bastante pedir perdón por masturbarse, pero no se le ocurre que sea joto de verdad, a pesar de las evidencias, así que no tiene que pedir perdón por ser homosexual, una palabra que sólo le ha oído decir una vez a mamá, hace ya varios años, en medio de una agria discusión con su marido. Él es un soñador, un poeta, un chico refinado e inteligente al que por ese motivo toman por afeminado. 'Pero no es así', se dice respirando con intensidad el aroma que despide el suéter del chico del tercero ce, 'qué va', él tendrá novias como todos ellos, incluso es posible que un día vayan él y su mejor amigo a buscar chicas y vivir aventuras como en las películas. Ellos serán inseparables. Ellas, en cambio, sustituibles, incontables.
Lee un libro sobre misterios sin resolver. Ovnis, combustión espontánea, el monstruo del lago Ness. Se queda dormido. La boca rosa del chico del tercero ce aparece iluminada por una luz desde arriba que, sin embargo, no le permite ver sus ojos porque lleva un sombrero pachuco que los deja en penumbra. Todo alrededor está obscuro, tibio. Estira un brazo para alcanzarle la boca con los dedos y siente la pelusa del fino vello que es todo lo que lleva el chico por bigote. Se acerca a besarlo muy lentamente mientras él levanta la cara para que no le estorbe el sombrero y sus ojos se encuentran con los suyos, hacen una última pausa para tomar aire y el chico del tercero ce aprovecha para susurrar 'todo está bien'. Pero antes de que sus labios se toquen mamá lo llama a comer abriendo la puerta y dando de voces. Luego de pasarse por el baño y descubrir que ha vuelto a ensuciarse, va al comedor donde han servido mortadela con cebolla y espagueti a la mantequilla con queso. Una salsa picante con ajo se rocía generosamente sobre la comida de la que dan cuenta sin cubiertos, armados únicamente de tortillas. Le ha tocado lavar los trastes y, recargado contra el fregadero, siente un bulto en su pantalón al que no le importa la incomodidad de los eructos ni el ligero olor a gas de la estufa para ir creciendo despreocupadamente. Debe esperar unos minutos antes de cruzar la sala en dirección a su cuarto donde planea continuar con sus escritos, preparar su ropa y bolear sus zapatos para mañana. Su madre y su hermana, por fortuna, están demasiado embebidas en una película que pasan por televisión como para voltear a mirarlo.
Luego de hacer su lista de amigos escribe: 'Dándose pues mis amistades el lujo de no visitarme, me he sentido, tan sólo en determinadas ocasiones, triste, decepcionado, o solo y abandonado. Muchos de los conceptos y escalas que ahora he escrito pronto ya no tendrán forma. Ya llegará el día en que sepa en qué consiste la amistad y si es necesaria la visita continua de los amigos para el fortalecimiento de ésta. Por lo pronto el área espiritual llena mi alma, muchas veces me da lecciones y enseñanzas, y para mi edad comprendo más que la mayoría de los de mi edad a esta área. Estoy seguro que Dios todo lo hace por nuestro bien. Y sus actos tienen una razón y su efecto, muy incomprensibles para la logia humana'. Repasa matemáticas, historia, español. Escoge cuidadosamente la ropa que va a ponerse mañana y lustra los zapatos hasta dejarlos brillantes, mientras en la radio ponen la canción que más le recuerda al muchacho del tercero ce. 'Voy a causarle una gran impresión cuando le devuelva su suéter con esta ropa y estos zapatos que casi parecen de charol, voy a hacerme ese peinado con fleco que me recomendó la tipa de la peluquería y que no he querido hacerme por vergüenza, qué poco atrevido soy, de verdad, debo vencer mis miedos e invitarlo a comer a mi casa o que él me invite a la suya a jugar, a platicar o a escuchar música, ¿cómo voy a hacer amigos si no me atrevo a intentarlo?'. Ya coge el suéter con las dos manos y se lo lleva a la nariz, lo abre y lo vuelve a inspeccionar, los codos y el pecho, las axilas y el cuello, se lo pasa suavemente por una mejilla antes de ponerlo de nuevo en la mochila. Quisiera no devolverlo, pero no será posible: mamá ya se dio cuenta de que lo tiene y ha debido explicarle que lo devolverá mañana. Sin poder terminar el poema que estaba escribiendo desde ayer, llega la hora de la cena y luego el momento de dar las buenas noches. Un beso a mamá. Una bendición. En su cuarto, con la puerta cerrada y la luz apagada, un poco de música a bajo volumen.
'Mañana empiezo', se repite mentalmente. Y, por debajo de las cobijas, se quita el pantalón del pijama para descargar.

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