domingo, febrero 09, 2020

Huir de Dionisio

Cuando hubo concluido sus poco más de diez años de alcoholismo, le pareció una buena idea contactar a Luis Gala para que concursara por la vacante de literatura. 'Ahora sí', decía, 'es hora de que los profesores del departamento hagamos algo más que sólo emborracharnos los fines de semana: la universidad no lo tolera más, son otros tiempos'. Ya le había escrito meses antes cuando aquel estaba por volver al país luego de diez años en el extranjero y el tono de sus respuestas rezumaba la cándida convicción de quienes por hallarse perdidos creen estar de vuelta de todo:
"Entiendo lo que me dices, Práctico, no creas que no te agradezco que me lances este salvavidas que podría, quizá definitivamente, sellar mi destino. Estoy cansado de mal vivir en esta maqueta. Todo es orden y trabajo, sexo o aventura sólo por agenda. Previa cita. La amistad una pantalla, mensajes en el celular. No es el París de Rayuela, tampoco el Londres de Juventud. No quiero ofenderte, pero comprenderás que yo no puedo ir a Santa Teresa para casarme y tener hijitos, ¿verdad? ¿no sería cambiar una caja por otra hasta que llegue la caja definitiva? ¿no es el ataúd una mera continuación de los contenedores previos? Primero la casa de mi madre, luego los domicilios de los que intentaba escapar un día sí y otro también del amor de mi vida, los años de la chambre o el pokoj cuyo fin se aproxima... ¿y entonces qué? ¿Santa Teresa? Sólo hay una cuerda en este agujero y es la que has lanzado tú: voy a tomarla. ¿Pero puede un simple cambio de etiquetas cambiar la realidad de fondo, Práctico? Dejé de escribir poesía a los veintisiete años. No tengo ninguna novela. Quizá sólo por eso enseño literatura: porque no puedo crearla. Aquí aprovechan también algunos despistados para tomar clases de español, pero la mayor parte de mi clientela son ejecutivos a los que las empresas pagan clases privadas. He reflexionado mucho sobre la gente como tú. La que, a diferencia de mí, se ha quedado ahí donde nacieron. La que se apropió de su ciudad naturalmente como de una herencia. ¿Y sabes qué he descubierto? Que ustedes son siempre los jefes. Que ustedes administran la ciudadanía. Que el arraigo no es conocimiento teórico (tú no puedes saber más que yo), sino una experiencia diaria, irreflexiva, bruta (yo no puedo vivir tanto lo mismo, como tú). Es igual en cada país, ¿sabes? Incluso entre estos que se suponen vanguardistas y desprejuiciados: gana el que se queda, no el que se va. Ciudad natal se me ha vuelto extraña hasta el punto de que ellos no me reconocen ya como uno de los suyos. Así las cosas ¿crees que me convenga aceptar el nuevo destierro que me propones? ¿enseñar literatura a robavacas y narcos? Perdona, no te quiero abrumar con cosas que quizá ni entiendas. ¡Soy tan egoísta! Tú estás bien, ¿no? Tu familia, tus hijos, un trabajo con antigüedad del que eventualmente podrás jubilarte. Espero que no tengas una deriva al estilo de un personaje de novela francesa del diecinueve, un personaje de Eco, dios santo, ¿qué más da si ya no puedes tomar tanto como antes, cabrón? ¿creías que la juventud era eterna? ¿y qué es eso de la cerveza light? Ya me dirás."
[...]
No ocupó la vacante enseguida de volver al país. Todavía transcurrió un largo año en ciudad natal intentando hacerse perdonar por los suyos. Quiso reanudar la intimidad con el amor de su vida. Buscó a sus amigos y conocidos. Creyó que podría volver a leer y escribir. No pudo. El vacío de que fue objeto por parte de quienes sólo deseaban seguir a lo suyo lo llenaron cada vez más toxicómanos y ambivalentes, sórdidos y eyaculantes, individuos cada vez más opuestos al carácter diurno del trabajo y la pareja. El sótano de su conciencia se poblaba cada vez más de una fauna salvaje cuyos rugidos y excursiones no tenían más remedio que invadir la superficie. Vivía en un creciente estado de agitación e inquietud por asomarse al abismo, ya de pensamiento en mitad de su trabajo cada vez más deficiente, ya de obra al anochecer cuando subía temblando al coche para buscar nuevos orgasmos. Un hombre desorientado en busca de la revelación, un sibarita que reza por caer del caballo, derribado por un rayo de luz, llamado por la voz del cielo. 
Estás bien madreado, cabrón le dijo Práctico al bajar del automóvil luego de recibirlo en el aeropuerto. Miraba su reloj cada pocos minutos para que no se le pasara la hora de ir a su reunión diaria en la doble a.
Ya me recuperaré dijo Luis Gala empujando el equipaje de rueditas hasta su habitación en la posada. Se quitó los lentes obscuros para no tropezar dentro.
Las sesiones del examen de oposición tendrán lugar en el aula Belano, ¿la ubicas? ¡cabrón, ve nada más esas ojeras! ¿has vuelto a las andadas?
Ubico el aula, no te preocupes. ¿Cuándo he dejado de estar en las andadas? Y ahora vete por favor, que necesito descansar.
Concursaría por la plaza. No sólo por el fracaso profesional seguro que supondría quedarse en ciudad natal. No sólo por el miedo a sus fantasmas cada vez más encarnados. Luis Gala se quedaría en Santa Teresa para darse una nueva oportunidad de fracasar. 'Fracasar mejor', decía Steiner. Práctico lo miró con curiosidad, lo dejó en su habitación:
Está bueno, cabrón, trata de descansar que el puesto es casi tuyo, pero no puedes bajar la guardia: hay un gringo por ahí que tiene muy buenas credenciales, la verdad no sé por qué ha querido venir aquí, pero no vaya a ser que te gane.
No sabes por qué ha querido venir el gringo pero sí sabes por qué vengo yo... Hombre, no sé si sentirme halagado u ofendido.
Descansa.
Pero no descansó. Aquella noche de diciembre Luis Gala intentó conocer los alrededores y llegó hasta una pequeña plaza arbolada con kiosco al centro y bancas en sus cuatro lados. Hacía frío. Las casas estaban adornadas con motivos navideños. Dio algunas vueltas, se sentó, prendió un cigarrillo. 'Si gano la oposición no habrá más cursos con lecturas ligeras, sólo grandes obras, volúmenes gordos de reputación bien establecida. El Quijote desde luego, pero también el Goytisolo más desatado. Un Marías en tres partes, los rusos histéricos. Incluso el chileno mexicano que murió en Barcelona, aunque no quiero hacer demasiadas concesiones a la literatura hispanoamericana. Tendré una oficina para mí solo. Podré escribir. ¿Para qué me quedo en ciudad natal? El amor de mi vida no sabe cómo coger los rábanos por las hojas. No tengo los huevos de decírselo. Los amigos ya levantaron sus muros perimetrales y me encuentro demasiado incómodo dentro de ellos cuando por accidente me reciben. La familia no cuenta.' La plaza se fue despoblando rápidamente y alrededor sólo quedaron algunos chicos cuyas actitudes él bien conocía. Pero no los vio cuando decidió levantarse y volver a paso lento hasta la posada.
[...]
Cuando hubo concluido diez años sin probar alcohol, Práctico lo visitó en su oficina. Lo hacía cada vez menos, pues sabía que Luis Gala estaba siempre ocupado y que guardaba la mayor reserva con respecto a su vida privada. Sólo rumores ocasionales, densos. Sólo conversaciones esporádicas más o menos reticentes. Un misterio incómodo y posiblemente espeluznante. Lo encontró solo, de pie, mirando por la ventana del cubículo. Le dijo:
Estaba ya harto de hacer cuentas en la torre de rectoría y quise salir a que me diera el aire, ¿cómo va todo, cabrón? ¿bien?
Bien dijo volviéndose hacia él y apoyando una mano en el respaldo de la silla ya sabrás que la tesis de Victoria sobre la literatura autobiográfica fue premiada, ¿no? La tercera al hilo de mis estudiantes. Con los gringos ya hay proyecto para tres años, así que todo va bien, ¿no?
Entonces Práctico reparó en sus ojeras. El temblor de una mano. Los labios partidos y la mirada nerviosa, desenfocada, color mate. Intuyó que Luis Gala estaba siendo otra vez expulsado del mundo. Que no pasaría mucho tiempo antes de que se fuera de ahí. ¿A dónde?
Pues supongo que sí, cabrón, ¿has vuelto a las andadas o por qué traes esa cara?
Uno sólo puede recorrer las andadas, Práctico. Es posible que a veces demos la impresión de que nos hemos curado de nuestros vicios, pero es justamente en mitad de nuestra concentración y virtud, ahí donde todo es más sólido y no tenemos tiempo para distraernos, que se gestan soterradas las nuevas perversiones que habrán de arrastrarnos, ¿ves? El fondo sumergido del iceberg que también somos nosotros. Inevitablemente.
No sé de qué hablas, cabrón, pero cuídate. No te vayas a enfermar de tanto leer, que ya le ha pasado a más de uno. O de enseñar a leer, que no es raro entre maestros volverse loco ¿eh? dejó escapar una risa ahogada, más por tranquilizarse a sí mismo que porque algo le hiciera gracia.
Nadie ha aprendido nada. De modo que pueden estar tranquilos. Tú, el departamento, Santa Teresa toda.
—Lo que tú digas, cabrón. Pero cuídate. Te dejo trabajar.
"Gracias, Práctico, por tu ayuda de hace diez años. Por tu morbosa y constante vigilancia. Por tu ejemplo de que ser cartesiano es lo único seguro para obtener resultados. Lo correcto, lo lógico. Lo que debe ser. Tenías razón: he vuelto a las andadas. Y ahora ha llegado la hora de enfrentar mi destino. ¿Escuchas a Baco en tus noches agitadas? ¿En alguno de tus muchos momentos de aburrimiento o cansancio? A mí me persigue Dionisio. Y por eso me voy: para huir de él. Quizá a ti no te haga falta echarte a correr".
Práctico dobla la nota. La guarda en un cajón del que toma una pequeñísima llave. Con ella, sintiendo un ligero vértigo, abre la licorera.

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