domingo, enero 31, 2016

Ponderación del asesinato

Felicia se rio de mí porque yo mismo lo hice ver como si fuera una broma. Culpa de mi carácter, supongo: exagerado, enfático, a veces histérico. No se puede tomar en serio a quien gesticula como yo con las manos, aunque esté dando cuenta de hechos graves y al discurso lo pueble la más nutrida sustancia. No importa: seré desdeñado. Pero yo conozco bien la ira que me recorre cuando veo el gesto despectivo con que me recibe mi jefe, parapetado tras su escritorio y sin siquiera mirarme a la cara ni intentar levantar la cabeza de los papeles que tiene enfrente. No recibe así a casi nadie y aunque hablar claramente no se cuente entre sus virtudes (¿o es que conducirse con opacidad es precisamente su cualidad?), me ha dado suficientes muestras de que me detesta simplemente por mi manera de ser.
Hay que verlo: se le endurece la expresión de sólo recibirme, no como sucede con sus enemigos políticos 
que los tiene, y abundantes ni como con su esposa o su suegra que suelen aparecerse en los momentos más inoportunos su expresión es entonces la de quien se apercibe de un repentino dolor de cabeza sino con desaprobación y asco, que en un principio confundí con turbación. Me dije en un comienzo: 'Ya está, otro homofóbico de estos a los que seguramente llama la atención mi ropa pegada o mis piercings, pero que no se lo reconocen. Cerdos cobardes. Putos in pectore. Pues tendrá que aguantarse las ganas porque él a mí no me gusta ni tantito. Vaya mierda, por fin un trabajo en donde tengo posibilidades, ¿eh?, verdaderas posibilidades, y viene a tocarme este facha embozado al que habrá que mamársela para subir de nivel. Hay que joderse'.
Pero no. No era así. O no del todo. Yo no le gustaba, eso que quede claro. Ni turbación ni leches. Él no es maricón. Pero indudablemente le resulto inmanejable y desearía no tener que tratar conmigo, el pobre. Bueno, qué digo pobre, rediós, si el muy cabrón gana tanto dinero como para comprarse una casa nueva cada año y a mí me sigue tratando con la punta del pie a pesar de que respondo solícito a todo lo que nos encarga a los profesores: que si la junta de tal por cuál, ahí estoy yo el primero; que si el informe de las actividades de no sé qué, pues no hay quien me iguale de los interinos; que si la evaluación de los estudiantes o el mejor maestro auxiliar, ahí está mi nombre siempre entre los premiados. Pero en la ceremonia me extiende la mano torciendo el gesto y, bueno, no es que yo busque su aprobación, sino que ya son cinco años en la brega y de los diez colegas que empezamos en aquel tiempo como auxiliares sigo siendo yo al que nunca promocionan. ¡Es él, lo sé, es él quien me está cerrando el paso!
¿Quién no lo ha pensado? le dije a Felicia Ya no digo hacerse justicia por su propia mano cuanto suprimir un obstáculo con decisión: ¡bang, bang! Dos tiros y listo.
No tienes la cabeza fría, querido. Apenas tuvieras que hundirle un cuchillo o te dieras cuenta de que chorrea sangre y estarías listo, necesitando tú también asistencia médica respondía Felicia, rematando en carcajadas.
¿No me crees capaz de hacerlo? Dímelo, vamos a ver, ¿no me crees?
Pero por favor, Argel, dame tregua que me meo aquí mismo de la risa.
¿Ah sí, ah sí? Ya verás cuando desaparezca el imbécil ese y te tengas que tragar la risa a pesar de los titulares: "Encuentran muerto a célebre hijo de puta. La comunidad festeja su muerte".
Ya, ya, por favor... qué risa... a ver, ¿qué haces con el cuerpo luego de pegarle dos tiros como dices?
En eso entró su mujer esa vieja amargada dueña de la librería y los dos nos pusimos de pie como si entrara el Santo Padre. Nos saludamos dos besos, a la francesa y luego de que nos dejó ya había perdido yo el hilo de la conversación y Felicia se puso a hablar de otras cosas. 
Pero en la duermevela he repasado todo con minuciosidad, medio despierto, medio dormido, tal vez en sueños...
'Voy a interceptarlo a la salida de la escuela. Es lo mejor. Justo cuando baje por la colina le cierro el paso como un conductor distraído que ha querido regresar por el camino equivocado e intenta una imposible vuelta en U. Como me reconocerá, sabrá que no bromeo si lo amenazo con la pistola obligándolo a subir a mi carro. Saldremos a gran velocidad y puedo liquidarlo ahí mismo y llevarlo en el asiento del copiloto hasta mi casa, aunque esto sería peligroso porque no faltaría la mala suerte y un policía podría detenernos por alguna infracción (yo conduciría nervioso, quizá dé una vuelta indebida o me pase una luz naranja), y entonces sería el fin. No, definitivamente es mejor llevarlo vivo hasta la casa, aunque luego los vecinos podrían decir que lo vieron ahí, tal vez dé de voces y requiera un forcejeo del que no pueda salir bien librado, capaz que hasta yo termino siendo el muerto y entonces sí que la habremos cagado. Volvamos mejor a que ya le pegué dos tiros y conduzco hacia mi casa. ¿Pero y la sangre? Los cuerpos baleados han de sangrar, ¿no? ¿será mucho? Depende de dónde se les haya disparado. Las películas nos enseñan que los tiros en la cabeza salpican, ¿será mejor en el abdomen? ¿y si le pego a esas venas gruesas del tronco? La cava, creo que se llama. ¿O sería la aorta? No lo sé, pero como le pegue a esas se muere enseguida y la sangre no se hará esperar. Qué pesadez, qué desorden. Debe haber alguna solución. ¡La cajuela, desde luego! Llevarlo en la cajuela amordazado para que no haga ruido. Amarrado también, no vaya a ser que se le ocurra patear la carrocería histéricamente y en algún crucero uno de esos mugrosos limpiaparabrisas 
gente vulgar a la que le encanta el chisme quiera hacer de buen samaritano y se apresure a contactar al policía de la esquina, joder, ya me veo ahí en mitad de la calle, esposado, con el tragafuegos ese entrevistado por algún diario amarillista vespertino mientras el flash de las cámaras me deja ciego. Pero amarrarlo con rapidez y echarlo a la cajuela requiere ayuda, ¿y de dónde voy a sacarla si no es de con los mismos mugrosos de las esquinas? Ya alguna vez le pagué a uno por sexo y a otro por drogas y a otro más por mantenerme al tanto de las actividades de un cabrón con el que estaba obsesionado, son sobornables, quizá unos dos y yo podamos con mi jefe. ¡Qué emoción! Ya va tomando cuerpo esto. Claro, con tres personas la cosa cambia, lo someteremos enseguida, a punta de golpes si es necesario, ¿será que todos se desmayan con unos cuantos golpes? Veremos, pero da igual: amordazado y atado va o quizá ya muerto porque en la cajuela sí que podemos pegarle un tiro y aguanta bien sin derramar nada hasta llegar a casa. De los mugrosos puedo deshacerme en el camino: 'aquí está tu dinero, Carlitos; acá está el tuyo Daniel, no se lo gasten todo en pingas ni en putas que luego no hay quien los aguante, a ver si nos volvemos a ver', aunque quizá sea mala idea deshacerme de ellos si al llegar a la casa, que no es ninguna residencia ni tiene cochera cerrada, tendré que bajar con el cuerpo de mi jefe, vivo o muerto, de día o de noche, pero rápida y discretamente, hasta el interior de la vivienda, donde cavaré una fosa profunda donde meterlo todo sin que nadie sospeche, mejor que me acompañen Carlitos y Daniel y me ayuden a bajar el cuerpo una vez que tranquilamente haya abierto la puerta de la casa y no haya moros en la costa ni en las ventanas vecinas, ni en los balcones, ni en las lejanías donde nunca falta un voyeurista desempleado al que mantienen sus padres y que tiene a bien registrarlo todo y dar aviso a la policía para así pasar por héroe antes de ser detenido un día por acosar muchachitas. Sí, que se queden y ayuden, no sólo a meter el cuerpo hasta el jardín sino a cavar, que no es cualquier cosa hacer un agujero de seis pies de profundidad en este suelo duro de Santa Teresa, pero ¿y si Carlitos y Daniel se vuelven locos? ¿si ya instalados en casa les da por robarme y echarme a mí también a la fosa junto con mi jefe? Los drogadictos son así: un rato están bien y cooperan y hacen filosofía y al siguiente se han vuelto de revés y creen que uno les va a hacer daño y que para defenderse han de hacer daño primero, no hay manera de hacerlos concentrarse en nada como no sea conseguir la dosis siguiente, y a saber en qué estado se encuentren. Definitivamente no es bueno involucrar a terceros, vamos, tal vez ni siquiera usar la propia casa para esconder un cadáver, ¿qué desfiguro es ese? Las perras de futuros dueños un par de criollas de poodle y terrier, por ejemplo serían capaces de desenterrarlo todo y ya estaría la policía encima de mí y el asunto resuelto, ¿cuántos casos no hemos visto así, que revelan sus secretos al salir un cadáver a la superficie en un apacible hogar? No, no, mejor pegarle los tiros yo solo, yo mismo echarlo en la cajuela y llevarlo al río a donde puedo arrojarlo sin que le falten unas pesadas piedras para que no aparezca flotando y entonces empiece una indagatoria a la mexicana donde siempre aparecen culpables a los que luego piden disculpas por no ser los responsables, pero donde los expedientes nunca se cierran; y mejor usar cubetas de cemento, ahí en el patio tengo dos, no será complicado, ¿pero no sería mejor metérselas al cuerpo? Digo, ya hundido y sujeto a piedras por dos extremos el cuerpo habrá de descomponerse y tarde o temprano un trozo grande ha de flotar: una tibia carcomida, una mano a la que le falten varios dedos, qué se yo, la descomposición tiene sus cosas y no hay forma de controlarla salvo en las tumbas que hoy en día son casi herméticas. Tumbas, eso es, ¿cómo no haberlo visto antes? He ahí el sitio ideal para esconder un cadáver, al no sospechar ni asombrarse nadie de que un cuerpo esté tapiado en el cementerio, al no facilitar ni siquiera la exhumación por ser vista como un sacrilegio contra la santa paz de los muertitos. Pero bueno, esos son sitios vigilados y vaya disparates los que se me están ocurriendo, hay que ver, mejor sería probar con las montañas cercanas y los cañones intermedios, eso tiene más posibilidad de éxito. Ya los han dejado sembrados de cuerpos nuestros asesinos narcotraficantes, ¿por qué yo no? Un simple maestrito de escuela, un auxiliar que en los retenes puede mostrar su credencial: 'doy clases en tal sitio', se dice, y con eso se abren las puertas de cualquier lugar, tal vez incluso me dejaran en paz los gatilleros de la zona en caso de encontrarme en alguna brecha al comprobar que soy un pobre diablo, 'siga su camino', dirán, y llegaré al punto donde pueda dejar el cuerpo y regresar a la ciudad, quizá por otra ruta para evitar coincidencias, aunque este método también tiene sus queveres: ¿no es verdad que a donde yo llegue ya habrá llegado otro hombre antes y llegará otro después? ¿no es verdad que el que recorre un camino hace la ruta de otro futuro que terminará indefectiblemente por hallar el cuerpo? Mejor no involucrarme más de lo necesario. Un poco más de dinero a Carlitos y otro tanto a Daniel, que ellos le peguen el tiro, que sean ellos los que lo dejen tirado por ahí, total, si los agarran son lo que son y no hay más que averiguar. ¿O es que hablarán? ¿Es mejor pegárselo yo, tal vez afuera de su casa, luego de vigilar sus rutinas y definir bien la mejor hora del día, y salir corriendo? Sí, eso es mejor, por supuesto. ¿Por qué andar ocultando cuerpos o cargándolos o amarrándolos? Eso es estúpido. ¿Quién diablos soy yo? ¿Buffalo Bill? No necesito cuerpos en mi bañera ni convertir mi casa en carnicería ni llevar más drogadictos que los justos (y para muy distintos fines). Sí. Eso es. Golpear y correr... Nada sale mejor que lo que hace uno mismo... Eso es... Dos tiros, ¡bang, bang! Dos... Y a todo esto, ¿no debería tener una pistola?'

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